Tuve entre mis estudiantes a uno de notable fealdad, cualidad sazonada, en cambio, con simpatía y alegría tales que atenuaban la rudeza de sus rasgos.
Se autotitulaba feo, con nada de falsa modestia, pero también le adjudicaba el calificativo a otros; era de esos alumnos que se llevaban bien con casi todos sus profesores y compañeros.
Recuerdo una ocasión en que estaba yo operado de un cordal retenido; la hinchazón y el malestar me limitaban la cordura, él pidió cortésmente a mi madre “ver al profesor” y cuando llegó a la puerta de mi cuarto me lanzó un estentóreo “¡qué feo!”... Eso, lejos de enojarme, me hizo relajar y, a duras penas, esbocé una sonrisa muy parecida a una mueca… le agradecí mucho la visita…
Era
un excelente estudiante, fue premiado con la carrera de Medicina que decidió cursar
en la capital del país, a la vez que consolidaba su fe religiosa. Paulatinamente
se dio cuenta de que quería comenzar a ayudar al prójimo lo más pronto posible,
así renunció a la Medicina y optó por
Enfermería; las prácticas en hospitales, hogares y asilos de ancianos como el Santovenia, lo convencieron de que ese era el
camino correcto; después abrazaría los hábitos.
Recuerdo
que en un fugaz paso por Bayamo, cuando ya había estado como misionero en
varias naciones, lo encontré un día y lo felicité por esa decisión.
“La suciedad y las miserias humanas pueden ser
similares en cualquier parte del mundo y solo podemos combatirlas con mucho
amor”, me dijo; con ese amor dejó su huella en leprosorios, asilos, barrios paupérrimos,
todo ello sin perder la añeja alegría y un optimismo contagioso que –aseguraba-
ponía un toque de mejoría a los enfermos.
Jorge
(sin apellido, pues nunca quiso reconocimiento), me aseguró entonces ser feliz,
pues ejercía la caridad como si fuera para uno de sus hermanos o sus padres y
otros seres queridos que dejó en Bayamo para dedicarse a aliviar penas y
dolores ajenos, gracias a la fe.
A
nuestro juicio, el ejemplo de Jorge es genuina vocación pues va más allá de la inspiración especial para
adoptar el estado religioso o para llevar una forma de vida ejemplar, es ese
toque divino con que son tocados algunos seres que en este caso se traduce en
la ayuda desinteresada al prójimo, sin límites ni fronteras.
Ahora
trato de llevar esperanza a donde no la hay, esperanza a personas que lo han
perdido todo, incluso la gran batalla con la vida
Mi
trabajo es con personas terminales, cuando la ciencia dice: ve a tu casa y
muere en paz. Yo trato que el pasar de este mundo al otro sea sin sufrimiento.
Si
hay vómitos, los combato sin importar el porqué
Si
hay dolor trato de quitarlo.
“Tuve una paciente -evoca- la hija aseguraba
que en otra vida ella y yo estuvimos casados. Todo el tiempo peleando, pero riñas
con amor, raro ¿verdad?
“Cuando
estaba muriendo me tomo la mano y me dijo, Jorge tengo miedo, yo la alenté: ¡coño
soy tan feo!. Ella se iluminó y me llamó loco. Esa fue la última vez que sonrió
en esta vida.
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