Cuando
muchacho, sobrellevaba las burlas de mis camaradas porque no me gustaba sumarme a giros coloquiales
que consideraba vulgares, lesivos a la
lengua de Cervantes, y más propiamente, de nuestro Martí; pero la vida es mucho
más rica.
Muchísimo
trabajo me dio incorporar a mi repertorio particular expresiones como “caballo”, “gallo” o “ títere” , ello ocurrió en el propicio contexto del Plan la
escuela al campo, en un albergue rodeado de casuchas de trabajadores antillanos
junto a cañaverales próximos al central San Germán… aunque jamás le agregué el “asere” ( según estudiosos es cubanísimo) y muchísimo
menos el nagüe o negüe, que sigo considerando de mal gusto;
siempre preferí el legítimo “compay” que
profiero orgulloso, aun cuando en la capital, orientales arrepentidos evitan o critican.
Quizás por
la influencia martiana legada por mis
profesores, especialmente los de literatura,
y modestia, aparte aprovechando mis potencialidades, me di a aprender
idiomas con preferencia por el inglés , obligatorio en la secundaria, después
el francés que no pude estudiar en el pre, de lo
que me resarcí en la escuela
de idiomas de Bayamo… por el camino he cogido algo de portugués e
italiano y al menos puedo leer y comprender
en esos idiomas.
Por eso la
gente no entiende cómo desde la edad imberbe me molestaban tanto esos injertos entre
inglés y español esos “enyegües” como
diría Pedro Díaz, mecánico y
después jefe de mantenimiento en el central azucarero Roberto Ramírez, de
Niquero.
Sí, porque
en esa época proliferaban aún esos híbridos idiomáticos, cuando no en inglés total, entre una población que a
duras penas entendía su propia lengua y mucho menos las foráneas.
Asimismo desapruebo
de modo tajante esas modas o modos
en que cualquiera pone en boga
una expresión sin sentido como: “Veníamos para la terminal y había cualquier
cantidad de gente” ¿mucha? ¿poca?… o
también pueden decir: “ Cuando veníamos recorrimos el camino que tú conoces… ¿que yo conozco?, ¡que
va si no me lo han presentado nunca !
Últimamente
se arraiga: “En la vida real” como si los hablantes fueran actores que representan
una obra y “lo otro” es la cotidianidad.
Lo del baro
largo no tiene parangón: “Fulano tiene un baro largo”, y yo me pregunto ¿tiene
solo un billete pero le da la vuelta al mundo un par de veces?. Demás está
decir que mi mujer y mis hijas me critican ese exceso de celo por nuestra
lengua.
Pero yo sigo
en mis trece y volviendo al spanglish veo con alarma como empiezan a
proliferar carteles bilingües en muchos puestos de comercio o casas de renta y
ahí hasta lo justifico por la afluencia de gente foránea que merece
hospitalidad -si se la gana- y una forma es hacernos asequibles en la
comunicación.
Pero esa “bilingüidad”
se asemeja poderosamente a los carteles de mis años adolescentes con toda la
carga negativa que ello representaba.
Nota:
este modesto blog está programado para salir los domingos, pero hace varios que
no logro conectarme ni por las buenas ni por las malas ¿Qué pasará?
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