Quien quiera enterarse de los secretos de determinados hogares, empresas, fábricas y otras instituciones, no tendrá que hurgar en latones de basura, nóminas, tarjetas de estiba, líneas de producción, actas de comisiones de cuadros ni de asambleas de afiliados.
¡Qué va! Serán los propios implicados quienes lo actualicen de pormenores domésticos, empresariales, jurídicos y contractuales de una entidad con otra.
¡Cómo? -dirá
usted- Pues muy fácil, en cualquier espacio y momento no importa cuál, el
improvisado “secretario” lo gritará a los cuatro vientos.
Ello ocurre en el ómnibus o auto que le da “botella”,
al caminar por las calles, en la cola nuestra de cada día, y hasta al encontrar conocidos o desconocidos en cualquier
circunstancia.
Lo vociferan sin tener en cuenta a quienes tienen alrededor: las personas narran todo lo
sucedido, incluso mencionando nombres, cargos y otros detalles que pueden dar a
conocer a los presentes identidades o lugares. Y ahí sabemos cuando el jefe se
equivocó, el colega violó disposiciones, el marido o la esposa se enamoraron o
el hijo marchó a vivir al extranjero.
Antes las barberías eran sitio idóneo para apropiarse
de estos noticieros de bolsillo, pero ya su ámbito trasciende, como dijimos, a
los cuatro vientos.
Lléguese el lector a una cafetería, paladar o pizzería aledaña a una gran o pequeña empresa
y sabrá “de buena tinta” cuanto sucede en la entidad… cualquiera se pregunta ¿antes
de despotricar las personas se preocupan
por conocer si los dueños tienen algún lazo
de parentesco, amistad íntima o enemistad manifiesta con los aludidos.
Hace varios días caminaba por una de las avenidas de
Bayamo y de una acera a otra una mujer
joven ventilaba la bronca sostenida con su jefe a quien de paso dio una lección de dirección de empresas.
Y uno analiza ¿de verdad fue así o sucedió todo lo
contrario? si de veras existió la confrontación la señora obró de esa manera o
se sintió arrinconada y al hacer la
historia pasó de enjuiciada a protagonista.
Eso me hace recordar una movilización de la década de
los 90; viajábamos en camión y luego en carreta hacia nuestro destino, un
mulato fortachón contó más de 10 hazañas pugilísticas; al llegar a nuestro
destino le pregunté como quien no quiere la cosa “ ¿Es usted boxeador?”.
De más está
decir que todos rieron menos él, pero no
habló más de nocaos, opercuts ni jabs… con el tiempo nos hicimos buenos amigos.
Si por casualidad usted aborda un vehículo de transporte público con un largo
recorrido por realizar debe estar dispuesto a que su vecino le cuente vida y
milagros, enfermedades, operaciones quirúrgicas, altibajos amorosos y hasta
delitos cometidos.
¿Sería muy difícil frenar a un deslenguado? ¡Claro! solo resta recomendarle discreción
¿podrá acatar la recomendación? No lo creo, sería arar en el mar.
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