domingo, 9 de agosto de 2020

Inquietud por la lengua materna


Hace varios días una de mis hijas me mostró un enlace  compartido en  WhatsApp (ese popular sitio de mensajería) por una jovencita bayamesa  nombrada Claudia.

La muchacha mostraba su preocupación   por el auge de palabras extrañas que surgen en la “telaraña” informática  y aconsejaba como usar  protagónicamente nuestra lengua materna en el intercambio en esa y otras redes sociales y en el habla cotidiana.

Confieso que sentí mucha satisfacción porque aquella joven mujer  apenas frisa los 20 años y ya se preocupa por una cuestión tan importante como esa, también hubiera querido entrevistarme con ella para conocer que la mueve a escribir algo así,  cuando la marea de términos técnicos o de la jerga propia de la web casi apagan  la lengua de Cervantes en los millones de mensajes que se intercambian cada día.

Todo parece indicar que en su hogar se  ocupan de la cuestión medular de usar con propiedad nuestra lengua materna o si ella misma sintió en la comunicación con sus amigas lanzar un SOS por la propiedad con que hablamos o escribimos.

No sé si la chica   accedería a un magnífico trabajo firmado por los profesores  Yuliya Geikhman y Luis Carlos Bonilla en el cual abordan la jerga de internet mediante 30 términos que “potabilizan” para el público en general y eso lo considero válido al igual que los intentos de esta bayamesa.

Salvando las distancias  recuerdo que cuando yo mismo era  adolescente, sobrellevaba las burlas de mis camaradas (dicen que era berrea´o) y no me gustaba sumarme a giros coloquiales  que consideraba vulgares, lesivos a la lengua de Cervantes, y más propiamente, de nuestro Martí; pero la vida es mucho  más rica.

Muchísimo trabajo me dio incorporar a mi repertorio particular  expresiones como “caballo”,  “gallo”  o “ títere” , ello  ocurrió en el propicio contexto del Plan la escuela al campo, en un albergue rodeado de casuchas de trabajadores antillanos junto a cañaverales próximos al central San Germán… aunque   jamás le agregué el “asere”  (según estudiosos es cubanísimo) y muchísimo menos  el nagüe  o negüe, que sigo considerando de mal gusto; siempre utilicé el legítimo “compay”  que profiero orgulloso, aun cuando en la capital, orientales arrepentidos lo evitan o critican.

Asimismo desapruebo de modo tajante esas modas o modos  en  que cualquiera pone en boga una expresión sin sentido como: “Veníamos para la terminal y había cualquier cantidad de gente” ¿mucha? ¿poca?… o  también pueden decir: “ Cuando veníamos recorrimos el  camino que tú conoces… ¿que yo conozco?, ¡que va si no me lo han presentado nunca o jamás he transitado por allí !

Últimamente se arraiga:  “En la vida real” como si  los hablantes fueran actores que representan una obra y “lo otro”  fuera  la cotidianidad.

Lo del baro largo no tiene parangón: “Fulano tiene un baro largo”, y yo me pregunto ¿tiene solo un billete pero le da la vuelta al mundo un par de veces?. Demás está decir que mi mujer y mis hijas me critican ese exceso de celo por nuestra lengua.

Sé que esto es arar en el mar por la globalización que en este caso nos afecta, aun cuando en otros nos pudiera beneficiar.

Pero yo sigo en mis trece y  veo con alarma como empiezan a proliferar carteles bilingües en muchos puestos de comercio o casas de renta y ahí hasta lo justifico por la afluencia de gente foránea que merece hospitalidad -si se la gana- y una forma es hacernos asequibles en la comunicación.

 

 

 

 

 

 

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