Hace varios días una de
mis hijas me mostró un enlace compartido
en WhatsApp (ese popular sitio
de mensajería) por una jovencita bayamesa nombrada Claudia.
La muchacha mostraba su
preocupación por el auge de palabras extrañas que surgen en
la “telaraña” informática y aconsejaba
como usar protagónicamente nuestra lengua
materna en el intercambio en esa y otras redes sociales y en el habla cotidiana.
Confieso que sentí mucha
satisfacción porque aquella joven mujer apenas frisa los 20 años y ya se preocupa por
una cuestión tan importante como esa, también hubiera querido entrevistarme con
ella para conocer que la mueve a escribir algo así, cuando la marea de términos técnicos o de la
jerga propia de la web casi apagan la
lengua de Cervantes en los millones de mensajes que se intercambian cada día.
Todo parece indicar que en
su hogar se ocupan de la cuestión medular
de usar con propiedad nuestra lengua materna o si ella misma sintió en la
comunicación con sus amigas lanzar un SOS por la propiedad con que hablamos o
escribimos.
No sé si la chica accedería a un magnífico trabajo firmado por
los profesores Yuliya Geikhman y Luis Carlos
Bonilla en el cual abordan la jerga de internet mediante 30 términos que “potabilizan”
para el público en general y eso lo considero válido al igual que los intentos
de esta bayamesa.
Salvando las distancias recuerdo que cuando yo mismo era adolescente, sobrellevaba las burlas de mis
camaradas (dicen que era berrea´o) y no me gustaba sumarme a giros
coloquiales que consideraba vulgares,
lesivos a la lengua de Cervantes, y más propiamente, de nuestro Martí; pero la
vida es mucho más rica.
Muchísimo trabajo me dio
incorporar a mi repertorio particular
expresiones como “caballo”,
“gallo” o “ títere” , ello ocurrió en el propicio contexto del Plan la
escuela al campo, en un albergue rodeado de casuchas de trabajadores antillanos
junto a cañaverales próximos al central San Germán… aunque jamás
le agregué el “asere” (según estudiosos
es cubanísimo) y muchísimo menos el
nagüe o negüe, que sigo considerando de
mal gusto; siempre utilicé el legítimo “compay”
que profiero orgulloso, aun cuando en la capital, orientales
arrepentidos lo evitan o critican.
Asimismo desapruebo de
modo tajante esas modas o modos en que cualquiera pone en boga una expresión sin
sentido como: “Veníamos para la terminal y había cualquier cantidad de gente”
¿mucha? ¿poca?… o también pueden decir:
“ Cuando veníamos recorrimos el camino
que tú conoces… ¿que yo conozco?, ¡que va si no me lo han presentado nunca o jamás
he transitado por allí !
Últimamente se arraiga: “En la vida real” como si los hablantes fueran actores que representan
una obra y “lo otro” fuera la cotidianidad.
Lo del baro largo no tiene
parangón: “Fulano tiene un baro largo”, y yo me pregunto ¿tiene solo un billete
pero le da la vuelta al mundo un par de veces?. Demás está decir que mi mujer y
mis hijas me critican ese exceso de celo por nuestra lengua.
Sé que esto es arar en el
mar por la globalización que en este caso nos afecta, aun cuando en otros nos
pudiera beneficiar.
Pero yo sigo en mis trece
y veo con alarma como empiezan a
proliferar carteles bilingües en muchos puestos de comercio o casas de renta y
ahí hasta lo justifico por la afluencia de gente foránea que merece
hospitalidad -si se la gana- y una forma es hacernos asequibles en la
comunicación.
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