Mi Padre era un verdadero caballero, y eso pueden
atestiguarlo todos aquellos que lo conocieron o simplemente lo trataron de modo
esporádico.
Se nombraba Reynerio, pero perfectamente pudo llamarse
Severo o Perfecto pues su rectitud era notoria, especialmente para Ileana mi
hermana y yo, el hijo mayor, no obstante esa rectitud se la imponía a toda
tarea que debiera acometer.
Él tenía un gesto para indicar como todo le gustaba según
su criterio, cerca de la perfección: unía los índices y pulgares de cada mano, los levantaba hasta la altura
del rostro y los bajaba como en un corte quirúrgico: “Eso me gusta así” y
nosotros nos reíamos, pero sin pasarnos. Quería decir recto, perfecto así como
quiero siempre ser
Fue sindicalista
desde la segunda mitad de la década de los años 50 del pasado siglo, en esas
lides “no se las cortaba” con la
injusticia y por eso estuvo a punto de
ser despedido en varias ocasiones.
Ya en Revolución siguió siendo activo en el gremio de los
tabaqueros en Bayamo y jamás pasó por su cabeza “coquetear con las
administraciones en su desempeño, pues siempre priorizó los derechos de sus trabajadores.
Claro, eso le granjeó no pocas enemistades, porque siempre defendió sus
criterios con talento y pasión.
En el plano familiar la gente lo quiso y respetó mucho,
recuerdo a Arminda una cuñada devenida camagüeyana que consideraba que “Rey era
oro molido para ella sus hijos y para todo el que lo necesitara”.
A mi hermana y a
mí nos llevó muy recio en nuestras
adolescencias, especialmente hasta que tuvimos conciencia de que lo hacía por
mi bien y entonces todo comenzó a mejorar.
Ya abuelo se desvivía por sus tres nietas y después por sus biznietos aun
cuando no pudo conocer a los cinco.
Me enseñó a ser un buen padre y aspiro a serlo como él.
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