domingo, 21 de junio de 2020

Un padre de oro molido


Mi Padre era un verdadero caballero, y eso pueden atestiguarlo todos aquellos que lo conocieron o simplemente lo trataron de modo esporádico.
Se nombraba Reynerio, pero perfectamente pudo llamarse Severo o Perfecto pues su rectitud era notoria, especialmente para Ileana mi hermana y yo, el hijo mayor, no obstante esa rectitud se la imponía a toda tarea que  debiera acometer.

Él tenía un gesto para indicar como todo le gustaba según su criterio, cerca de la perfección: unía los índices y pulgares  de cada mano, los levantaba hasta la altura del rostro y los bajaba como en un corte quirúrgico: “Eso me gusta así” y nosotros nos reíamos, pero sin pasarnos. Quería decir recto, perfecto así como quiero siempre ser
Fue  sindicalista desde la segunda mitad de la década de los años 50 del pasado siglo, en esas lides  “no se las cortaba” con la injusticia y  por eso estuvo a punto de ser despedido en varias ocasiones.
Ya en Revolución siguió siendo activo en el gremio de los tabaqueros en Bayamo y jamás pasó por su cabeza “coquetear con las administraciones en su desempeño, pues siempre priorizó los derechos de sus trabajadores. Claro, eso le granjeó no pocas enemistades, porque siempre defendió sus criterios con talento y  pasión.
En el plano familiar la gente lo quiso y respetó mucho, recuerdo a Arminda una cuñada devenida camagüeyana que consideraba que “Rey era oro molido para ella   sus hijos y para todo el que lo necesitara”.
A mi hermana  y a mí nos llevó muy recio  en nuestras adolescencias, especialmente hasta que tuvimos conciencia de que lo hacía por mi bien y entonces todo comenzó a mejorar.
Ya abuelo se desvivía por sus  tres nietas y después por sus biznietos aun cuando no  pudo conocer a los cinco.
Me enseñó a ser un buen padre y aspiro a serlo como él.

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