Existe una prenda cuyo uso fue improbable hasta
hace muy poco en Cuba, pero que irrumpió
con fuerza en nuestras vidas hace cerca de dos meses, se trata de la mascarilla
que inicialmente solo fue quirúrgica y hoy pulula por nuestras ciudades aunque algunos la usen solo a
regañadientes o con el oportuno consejo policial.
El nombre que más se le ha popularizado es el
de nasobuco que indica nariz y boca, antes, cuando solo se usaba con fines
médicos se le llamó tapabocas, cubrebocas, pero la gente lo ha popularizado y a
veces con un cambio inexplicable le
dicen nasabuco, error compartido por profesionales entrevistados por los medios
de prensa.
Como parte de la jerga médica le acortan el nombre y lo
nombran “naso”, barbijo, cubrebocas… pero hay modas y modos de nombrarlos; Chichi
una vecina, les dice sabonuco, a lo mejor por aquello de que muchas costureras
los confeccionaron con sábanas y ahora “mejoró” las llama masabuco; Ana
Beatriz, una abuela les dice seborucos y no hay quien la saque de eso, su hija
Beatriz los fabrica y regala de varios
modos y modelos; escuché a jodedor callejero con un lenguaje aleccionador a su colega:
”No salgas sin el bozal”.
Posiblemente todos hayamos
visto en películas, documentales
o noticieros a japoneses, chinos y nativos de otros países asiáticos utilizar mascarillas
sanitarias desde hace mucho y surge la
lógica pregunta ¿por qué?
La historia
Al ser azotada esa región oriental por
sucesivas epidemias originadas por fuertes virus que amenazaron, e
incluso diezmaron a su población de
manera drástica, surge esa barrera de
contención que puede ser de distintos materiales textiles o de otra índole y
que deja de ser efectiva si no se observa una adecuada conducta social y
sanitaria basada en el lavado frecuente de manos, brazos, zapatos, ropa ¡ah y la desinfección!
Hablando en plata se trata de aislamiento
social, la mejor medicina contra el
nuevo coronavirus y muchos de virus
antecedentes.
Todo
comenzó cuando en Japón se originó una pandemia de gripe, a principios del
siglo XX, que mató entre 20 y 40 mil personas en todo el mundo, más de todas
las pérdidas humanas que dejó la Primera Guerra Mundial. Los brotes de esta
gripe llegaron a reducir en un cinco por ciento la población de India.
Cubrir la cara de las personas con pañuelos,
manteles, velos y máscaras pasó a ser una acción cotidiana para contribuir a
cercar la enfermedad. Todo esto acabó en
1919 en muchas partes del mundo, pero solo de manera temporal.
En 1923, un terremoto desencadenó una cadena de
acontecimientos infaustos. Primero un incendio que consumió más de medio millón de hogares de una de las zonas
más pobladas de Japón. Luego, el cielo se tornó negro a causa de las cenizas y
el humo. Durante semanas continuaban cayendo cenizas y la calidad del aire fue pésima
durante todo ese tiempo.
Tokio y Yokohoma sacaron sus máscaras y comenzó
a ser común ver a los transeúntes con esta protección en su rostro para no
aspirar cenizas y luchar contra la calidad del aire.
En 1943 otra epidemia de gripe volvió a atacar
Japón. Nuevamente, las mascarillas volvieron a tomar importancia en la zona y
con el paso del tiempo fue cada vez más común ver una y otra vez a más
japoneses con estas protecciones… las personas sanas las usaban para proteger
su salud y quienes estaban contagiados para no transmitir los virus. Loable.
En 1950, luego de la Segunda Guerra Mundial la
calidad de aire empeoró, de nuevo Japón en mascarillas.
Las
máscaras quirúrgicas simples protegen al usuario de ser salpicado en la boca
con fluidos corporales así como de rociar y contagiar a sus pacientes. También
le impiden tocarse la nariz y la boca, acción que podría provocar
transferencias de virus y bacterias habiendo tenido contacto con una superficie
contaminada y luego contaminar al paciente por contacto. Por tanto reducen el
esparcimiento de las famosas “gotículas” portadoras de bacterias o virus
generadas al estornudar o toser.
Algunos países niegan la efectividad de estas
máscaras y por eso y el descuido social el
virus se ha diseminado como la peste invisible, claro ejemplo es el de Estados
Unidos.
Las expuestas son razones válidas para no dejar
de usar la mascarilla, al menos mientras el virus aceche y mate.
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