domingo, 6 de octubre de 2019

Un amor truncado por el odio


El 6 de octubre  de 1976 es un día aciago, sombrío para los cubanos, sucede  como con la masacre de los ocho estudiantes de Medicina, fusilados por el colonialismo español en  noviembre de 1871.
En ambas fechas el luto y el dolor invadieron a todo  un pueblo, que no circunscribe el homenaje a solo dos fechas sino que la laceración causad por esos asesinatos nos acompañan desde hace 148 noviembres  y  más tarde desde 43 octubres atrás.
En el caso de aquellos médicos no gozados, ellos tuvieron, en cambio el triste privilegio de conocer a sus detractores y al verbo encendido del capitán español Federico Capdevila quien los defendió con la hidalguía de los hombres  buenos; muchos miraron a la  cara sus verdugos y vieron el fuego colonialista al tronchar sus valiosas vidas.

En cambio, los mártires de Barbados venían de  cosechar nuevos éxitos para el firmamento deportivo cubano, a algunos los sorprendió una primera explosión y acaso algunos no  alcanzaran a escuchar la segunda, envueltos en las desesperadas maniobras de amarizaje forzoso del capitán Wilfredo Pérez, el copiloto Manuel Espinosa Cabrera y el resto de la tripulación.
Resultado infructuoso: el avión se hundió con su preciada carga frente a las costas de Barbados y dejó en la mente de los caídos multitud de preguntas sin respuesta, en sus familiares y amores un inmenso nudo en la garganta un dolor que multiplicó como un reguero  de chispas y que no se apaga.
Como es  usual en la historia de las agresiones contra Cuba los asesinos  intelectuales y materiales quedaron impunes o recibieron penas irrisorias.
Eso lo promovió el país que se autoproclama líder de los derechos humanos ¡Qué ironía! El 7 de octubre de 1976, un día después el Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba informó oficialmente que, de los 73 pasajeros que perecieron, 57 eran cubanos, 11 guyaneses y cinco coreanos.
El ataque terrorista al  vuelo CU 455 de Cubana de aviación,  al derribar la nave DC-8 lacera  a todo humano de bien y no solo a los familiares; un caso especialmente triste es el de  Antonio Garcés, novio y más tarde  esposo de Nancy Uranga Romagoza, de quien esperaba un hijo, al que no pudo  conocer porque  se lo arrebataron  la CIA y sus más siniestros agentes. Sus ojos denotan el dolor que también embarga al resto de los cubanos  por los fallecidos, a padres, hermanos, novios esposos… también guyaneses y coreanos.
Este crimen es un ejemplo de que ningún agente de le CIA, es bueno como pretender hacer ver los audiovisuales yanquis desde el inicio de la Guerra Fría y aun desde mucho  antes.


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