Viaja desde la entrada al municipio de Río
Cauto para comparecer a su habitual consulta en el departamento de
Gastroenterología del hospital Carlos Manuel de Céspedes de la capital
granmense, pero luce descansada y una amplia sonrisa denota satisfacción.
Es tiempo del estrujón, de las nuevas
vueltas de tuerca que el gobierno yanqui impone a este glorioso archipiélago,
pero ella tiene una respuesta mayor que un
símbolo: “No me demoré casi nada: ¡ahora todos los choferes paran”!
Cristina Suárez Sánchez revela un misterio, probablemente ajeno en otras latitudes pero que en esta tierra antillana, nos ha salvado muchas veces.
Cristina Suárez Sánchez revela un misterio, probablemente ajeno en otras latitudes pero que en esta tierra antillana, nos ha salvado muchas veces.
“Cuando más apretados estamos, siempre
surge una mano amiga, compañera y al tenderla o
estrecharla, entregamos o recibimos un trozo del
corazón”.
Paciente de una dolencia hepática quizás
letal para otros, ella se mantiene vivaz, juvenil a sus 64 años, con
inmensos deseos de ser útil y para ello cumple al pie de la letra las
indicaciones de su especialista el doctor Jorge Omar Cabrera
Lavernia.
Su historia resulta interesante pues nacida
en Santa Cruz del Sur, zona devastada por el trágico ciclón de 1932, guarda
tristes recuerdos del huracán Flora en 1963 durante el cual perdió a su padre y parte
de su familia y a muchos pobladores del actual municipio de Río Cauto.
“Por suerte cuando Fidel visitó la región durante el paso del fenómeno, tomó las medidas para que una desgracia así no volviera a ocurrir, entre ellas la construcción de la presa Cauto del Paso, esta es una zona muy baja, pero la preocupación del Gobierno y el Partido evita los mayores daños especialmente las pérdidas humanas”.
“Por suerte cuando Fidel visitó la región durante el paso del fenómeno, tomó las medidas para que una desgracia así no volviera a ocurrir, entre ellas la construcción de la presa Cauto del Paso, esta es una zona muy baja, pero la preocupación del Gobierno y el Partido evita los mayores daños especialmente las pérdidas humanas”.
Su vida transcurre entre La Cartuja y Cauto
Embarcadero, en el primer sitio donde reside junto a Edel Barrero, su esposo,
un recio y laureado productor cañero, ahora jubilado y siempre pendiente de la
estancia proveedora de alimentos, entre ellos las necesarias
verduras para la dieta de Cristina.
En el segundo asentamiento, viven
sus dos hijas “que son de oro pues me cuidan y no me dejan hacer nada”, allí
Cristina vigila las gallinas y una puerca de ceba, pero
“por arribita para no cansarme”, opina .
“Como mucho pescado, de mar y de río, pero
solo el que me gusta, pues las clarias se las pico a la
macha para ligarlas con la comida; no me recomiendan la carne roja pero tampoco
me gusta el carnero y el chivo y un secreto: vivo al pie
del río hago mis pesquitas, muchas veces invito a mi esposo, pero saco
más peces y mayores que los suyos”.
Evoca los lejanos años cuando estudió en las escuela Primero de Mayo en la capital de país, pero regresó antes de graduarse por problemas familiares y el recuerdo pasa por sus rostro como una sombra durante unos instantes, pero se repone y mira al futuro, optimista.
Evoca los lejanos años cuando estudió en las escuela Primero de Mayo en la capital de país, pero regresó antes de graduarse por problemas familiares y el recuerdo pasa por sus rostro como una sombra durante unos instantes, pero se repone y mira al futuro, optimista.
“Soy como la mayor parte de los cubanos, que
con la hermandad miramos a la
vida sin miedo”.
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