domingo, 29 de septiembre de 2019

Todos los días Cristina se levanta con el pie derecho

Viaja desde la entrada al municipio de Río Cauto para comparecer a su habitual consulta en el departamento de Gastroenterología del hospital Carlos Manuel de Céspedes de la capital granmense, pero luce descansada y una amplia sonrisa denota satisfacción.
Es tiempo del estrujón, de las  nuevas vueltas de tuerca que el gobierno yanqui impone a este glorioso archipiélago, pero ella  tiene una respuesta mayor que  un símbolo: “No me demoré casi nada: ¡ahora todos los choferes paran”!
Cristina Suárez Sánchez revela un misterio,  probablemente ajeno en otras latitudes pero que en esta tierra antillana, nos ha salvado muchas veces.
“Cuando más apretados estamos, siempre surge una mano amiga,  compañera y  al tenderla o estrecharla,  entregamos  o recibimos un trozo del corazón”.

Paciente de una dolencia hepática quizás letal para  otros, ella se mantiene vivaz, juvenil a sus 64 años, con inmensos deseos de ser útil y para ello cumple al pie de la letra las indicaciones de su  especialista el doctor  Jorge Omar Cabrera Lavernia.

Su historia resulta interesante pues nacida en Santa Cruz del Sur, zona devastada por el trágico ciclón de 1932,  guarda tristes recuerdos del huracán Flora en 1963 durante el cual perdió a su padre y  parte de su familia y a muchos pobladores del actual municipio de Río Cauto.
“Por suerte cuando Fidel visitó la región durante el paso del fenómeno, tomó  las medidas para que una desgracia así  no volviera a ocurrir,  entre ellas la construcción de la presa  Cauto del Paso, esta es una zona muy baja, pero  la preocupación del Gobierno y el Partido evita los mayores daños especialmente las pérdidas  humanas”.
Su vida transcurre entre La Cartuja y Cauto Embarcadero, en el primer sitio donde reside junto a Edel Barrero, su esposo, un recio y laureado productor cañero, ahora jubilado y siempre pendiente de la estancia   proveedora de alimentos, entre ellos las necesarias verduras para la dieta de Cristina.
En el segundo asentamiento,  viven sus dos hijas “que son de oro pues me cuidan y no me dejan hacer nada”, allí Cristina vigila las  gallinas y una puerca  de ceba, pero “por arribita para no cansarme”, opina .
“Como mucho pescado, de mar y de río, pero solo el que  me gusta, pues  las clarias se las pico a la macha para ligarlas con la comida; no me recomiendan la carne roja pero tampoco me gusta el carnero y el  chivo y un secreto:  vivo al pie del río hago mis pesquitas,  muchas veces invito a mi esposo, pero  saco más peces y  mayores  que los suyos”.
Evoca los lejanos años cuando  estudió en las escuela Primero de Mayo en la capital  de país, pero regresó  antes de graduarse por problemas familiares y el recuerdo pasa por sus rostro como una sombra durante  unos instantes, pero se repone y mira al futuro, optimista.

“Soy como la mayor parte de los cubanos,  que con la hermandad   miramos a  la vida sin miedo”.

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