Este domingo recibí una de las mayores satisfacciones
en mi vida de docente, por boca de uno de mis primeros alumnos, Sindín, que
mientras leía y releía títulos en la reciente edición de la feria del libro de
Bayamo evocaba a su entonces novel profesor.
Este antiguo pupilo, me contaba que llegó al hábito de
leer, por vía no deseada y me confiesa, 48 años después del asunto, que yo fui
el responsable de que se hubiera vuelto un lector insaciable.
Realmente no recuerdo muy bien el episodio pero dice
Sindín que a la sazón pedí un resumen
de la crónica En el parapeto
del libro Peleando con los milicianos,
de Pablo de la Torriente Brau, y lo hizo de manera tan perfecta, que felicité (en
ausencia) a las autoras por lo preciso y
censuré a Sindín, dice él que le recriminé: “Usted no tiene capacidad para
escribir algo así, hágalo de nuevo”.
Así sigue relatando el joven que yo sospechaba que
había sido ayudado por unas mellizas traviesas, inteligentes y pícaras, sobre
todo Isabel, después Ana y una hermana mayor
Nidia Luisa, de la ilustre familia Tablada-Quiñones.
Pero tanto dio el cántaro en la fuente hasta que se
quebró y al cabo de unos tres o cuatro intentos Sindín escribió un resumen perfecto, de su propia
factura y que le hizo merecer felicitaciones de aquel inexperto pero exigente maestro.
Dice él (es inmodesto hablar de sí mismo) que se sumó
al amplio grupo de quienes hacían un silencio, en espera de lo que pudiera
decirles en torno a la literatura y eso los enamoró de la letra impresa (además
de los esfuerzos de padres, abuelos y otros familiares) -por supuesto esta
acotación es mía- al buen hábito de la lectura.
Es explicable que yo mismo me interesara aún más por
lecturas extracurriculares que les indicaba y leía a contraluz, apenas sin
condiciones de iluminación, todo lo que pensara que era digno de leer.
Más de una vez he visto a Sindín gastar en libros una
parte considerable de su patrimonio en las anuales festividades de la lectura y
sé que cuando no tiene que leer, profundiza en esos propios temas y títulos.
Aún hay estudiantes así, pero desdichadamente ya no son
mayoría, las nuevas tecnologías usadas mayoritariamente para la banalidad, no
los dejan acercarse a esos tesoros de la
letra impresa y sus padres y maestros no
siempre los apoyan.
De más está decir que pedí disculpas a Sindín por
haberlo tratado tan mal y le aseguré que ya no tengo exabruptos como ese,
aunque siga luchando por la calidad.
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