Foto Tomada de Internet |
Esas acaso son solo exageraciones o fruto de la
imaginación de algún escritor, pero otra son personas reales, de carne y hueso,
con las que a diario interactuamos y en las
que apenas reparamos.
Yo pensaba en Fello, mi viejo camarada, émulo de Gargantúa
y Pantagruel, pues el hombre casi nunca se llenaba y cuando le brindaban algo,
con la posibilidad de escoger entre dos opciones invariablemente repetía:
¡Quiero las dos!
Esto hasta el momento en que pescó una indigestión vigueta porque le
ofrecieron dulce de tomate y batido de guanábana en un viaje por las montañas de Granma y al “preferir” ambos, se perdió de los
desayunos, almuerzos, meriendas y comidas de los siguientes tres días.
Pero Fello es un niño de pecho ante otros comilones
descomunales como Panchito, un carretonero
de un barrio periférico de la parte norte de Bayamo, quien siempre anda tras un
gran bocado, no digo un buen bocado, sino uno grande como siempre es su apetito.
Xavi, un vecino común, cuenta que Pancho, trabaja duro
en su vehículo y gana bastante plata, pero así mismo se la gasta en bebidas y sobre todo en comidas.
Hace poco Xavi y colegas preparaban una celebración,
cuando Panchito vio unas cajas de cerveza, carnes y víveres en consonancia, se sumó a ello y puso también su
media caja de la rubia bebida; como siempre anda sin camisa y sin zapatos que guarda en el propio carretón, uno
de sus hermanos aconsejó que no lo hicieran entrar a la casa, sino al patio
donde poco pudieran ver las hazañas pantagruélicas. Cuando el primer plato estuvo
inauguro su porción de ajiaco, pero quienes le conocen recomendaron al
anfitrión que le sirviera en una cazuela de olla de presión y de ellas deglutió
una y media.
Pero le puso la tapa al pomo en una feria de comida
criolla: llegó a donde vendían cerdo asado, solo quedaba la computadora (cabeza)
de un paquidermo de unas 140 libras, la obtuvo por 20 pesos, pero no le
alcanzaba el dinero para saborear
tamales y entabló una charla con sus amigos.
- “¿Quien me paga los tamales?
-¿Cuántos vas a comerte?
-¡Todos los que me paguen!
-¡Dale!
El lugar se llenó de curiosos, Panchito devoró ojos,
párpados, chupo los maxilares, muelas incluidas y entonces se viró para el
depósito de tamales, cada vez que devoraba uno, el coro de curiosos lo “cantaba”:
¡uno! ¡dos! ¡cinco! ¡trece! ¡diecinueve!... como en el bingo.
Al enfrentarse al tamal número 20, Panchito pidió
permiso al vendedor para pasarlo por los restos de carne, olvidados ya en la
bandeja, y lo despachó también, después regó todo ese condumio con dos botellas de ron
y el sueño o la pesadilla le duraron hasta clarear el alba del siguiente día.
Así son muchas de las experiencias gastronómicas de
Panchito.
No hay comentarios :
Publicar un comentario