La práctica de despedir un año y recibir el entrante
cada 31 de diciembre con una cena basada en carne de cerdo recién hecha en un
horno “ profesional” parece tocar a su fin en Bayamo, al menos.
Y que conste considero que los horneros también tienen derecho
de celebrar en familia esa reunión que permite pasar balance a lo acontecido en los
últimos 365 días, planificar los 12 meses siguientes, reencontrarnos con familiares
y amigos que ya solo vemos en ocasiones como esa y todo lo que trae aparejado la
data, pero… el negocio debe ser el negocio y si de ello hablamos posiblemente
esta sea la ocasión de mayor ganancia para quienes se dedican a la actividad.
Entonces ¿cuál es el problema? Podrá preguntarse
alguien… pues la cuestión radica en la profusión de cerdos enteros, piernas,
lomos y costillares con que la gente acude a los puntos de asado todo el día 24
y 31 de diciembre, al punto que los asadores prefirieron no trabajar durante el
último día del año y la gente se fue acomodando a hacerlo entonces el 30 con
una tarifa que duplica el precio del asado.
Pero la víspera un verdadero aluvión de piezas para tostar
se concentraba a las puertas de los más renombrados horneros bayameses, algunos
de los cuales ya habían aumentado la capacidad de sus hornos, pero de todos
modos muchos volvieron a casa con la carne sin dorar u otros decidieron hacerlo en forma casera.
En el caso de nuestra familia, decidimos optar por esta
última variante y ya desde tempranos dos de mis yernos están literalmente
fajados con la cocina rústica, aunque sus esposas, mis hijas, hubieran
preferido hacerlo en el horno de balón; pero es que de la manera campesina el
embullo va sazonando cada etapa del asado.
Habrá que perfeccionar más la forma casera y lograr de
ese modo el “autovalidismo” en esa parte de la materia culinaria.
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