domingo, 23 de diciembre de 2018

Carbones, troncos, brasas


Aunque  las primeras son resultado de las segundas o de cualquier madero o tabla que se incinere, para mí ambas guardan una relación muy estrecha con mi infancia, adolescencia y ¿por qué no con la vejez o adultez mayor a la ahora llamamos eufemísticamente tercera edad con esa manía nuestra de no llamar las cosas por su nombre?
Lo primero que recuerdo son esas comidas que mi madre preparaba como nadie y las numerosas cazuelas de congrí  y   arroz con pollo  a las que además de la lumbre del fondo, acostumbraba coronar con brasas para que se cocinaran integralmente como si lo hiciera en un horno, con un papel de estraza  (para envolver) entre los cuerpos de la olla y la tapa, el cual se llenaba de gotas de vapor y conferían una sabor inigualable al cereal.

Cuando se  cocinaba  de noche,  las brasas –en el fogón de tres hornillas- quedaban prendidas, por si llegaba una visita colar café, me iba a la minúscula cocina con la luz apagada y me embelesaba con las chispas que fabricaban mundos de brillante oro rojo hasta que el gris de las cenizas se imponía.
Cuando la guerra dirigida por  Fidel  contra la tiranía de Batista, como guerra al fin el carbón escaseó … el vecino Diosdado  Medina comenzó a fabricarlo en un solar inmenso y allá íbamos a comprar por las mañanas y por las noches temprano, mientras el velaba que no se le hicieran agujeros al horno para poder obtener el carbón, a los muchachos del barrio  sí nos encantaban las bocas con sus rojas fauces que Dado se  apresuraba a tapar con la mezcla de tierra y hierba eso daba  al ambiente un  olor de recio perfume que en mis viajes por los montes, cuando lo olfateo, regreso   golpe a mi niñez.
Ya de joven  disfrutaba mucho en los campamentos, las fogatas llenas de cantos, poemas, alegrías y mucha fuerza joven que necesitaba solo eso para ser feliz, sin los sofisticados equipos que hoy requieren los adolescentes.
Después vino el llamado período especial y  ejercité tanto el  acto de juntar fogones y lograr candelas para la cocción de alimentos, que me aburrió la práctica sobre todo porque los apagones no dejaban la opción de guisar con electricidad; después las cosas mejoraron en ese sentido y ya en unión de mis hijas y yernos acostumbro a que friamos chicharrones o doremos carnes en fechas de cumpleaños o celebraciones como la navidad  o la espera del año nuevo.
 Muchos me critican, pero esos olores de  cocina rústica mejoran mi apetito y me  conducen al seno familiar de origen, por eso  me resultan tan afectivos.

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