Aunque las primeras
son resultado de las segundas o de cualquier madero o tabla que se incinere,
para mí ambas guardan una relación muy estrecha con mi infancia, adolescencia y
¿por qué no con la vejez o adultez mayor a la ahora llamamos eufemísticamente
tercera edad con esa manía nuestra de no llamar las cosas por su nombre?
Lo primero que recuerdo son esas comidas que mi madre
preparaba como nadie y las numerosas cazuelas de congrí y arroz con pollo a las que además de la lumbre del fondo,
acostumbraba coronar con brasas para que se cocinaran integralmente como si lo
hiciera en un horno, con un papel de estraza (para envolver) entre los cuerpos de la olla y
la tapa, el cual se llenaba de gotas de vapor y conferían una sabor inigualable
al cereal.
Cuando se cocinaba de noche, las brasas –en el fogón de tres hornillas-
quedaban prendidas, por si llegaba una visita colar café, me iba a la minúscula
cocina con la luz apagada y me embelesaba con las chispas que fabricaban mundos
de brillante oro rojo hasta que el gris de las cenizas se imponía.
Cuando la guerra dirigida por Fidel contra la tiranía de Batista, como guerra al
fin el carbón escaseó … el vecino Diosdado Medina comenzó a fabricarlo en un solar
inmenso y allá íbamos a comprar por las mañanas y por las noches temprano, mientras
el velaba que no se le hicieran agujeros al horno para poder obtener el carbón,
a los muchachos del barrio sí nos
encantaban las bocas con sus rojas fauces que Dado se apresuraba a tapar con la mezcla de tierra y
hierba eso daba al ambiente un olor de recio perfume que en mis viajes por
los montes, cuando lo olfateo, regreso golpe a mi niñez.
Ya de joven
disfrutaba mucho en los campamentos, las fogatas llenas de cantos,
poemas, alegrías y mucha fuerza joven que necesitaba solo eso para ser feliz,
sin los sofisticados equipos que hoy requieren los adolescentes.
Después vino el llamado período especial y ejercité tanto el acto de juntar fogones y lograr candelas para
la cocción de alimentos, que me aburrió la práctica sobre todo porque los apagones
no dejaban la opción de guisar con electricidad; después las cosas mejoraron en
ese sentido y ya en unión de mis hijas y yernos acostumbro a que friamos
chicharrones o doremos carnes en fechas de cumpleaños o celebraciones como la
navidad o la espera del año nuevo.
Muchos me critican,
pero esos olores de cocina rústica mejoran
mi apetito y me conducen al seno familiar
de origen, por eso me resultan tan afectivos.
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