domingo, 16 de diciembre de 2018

Respeto divino tesoro


Vivir en una casa sin  salida a la calle o cuya salida sea un poco lejos  de la vivienda  representa un ejercicio de tranquilidad y de sosiego aún cuando no siempre uno pueda apreciar de inmediato a lo que ocurre en la vía pública.

El número 316 de la calle Manuel del Socorro, donde resido, guarda estas características sumadas a otra que lo hacen un tanto singular: delante hay un amplio espacio donde de niños jugábamos, lo mismo de día que de noche, hembras y varones; pero siempre bajo la premisa de un respeto  casi ciego a los mayores.
Después de más de seis décadas nuevos niños, adolescentes y jóvenes se congregan allí para jugar e incluso algunos para molestar, otros profieren malas palabras y a veces se han llegado a los golpes, lo que ocasiona el oportuno regaño  de los vecinos más inmediatos y que la delegada del Poder Popular alertara a los padres acerca quienes juegan en la vía pública con sus consiguientes peligros.
El colmo es que  el último viernes, Eduardo un sexagenario viudo desde  hace unos meses  se refugiaba, como siempre, en su música de los años 60  y 70 del pasado siglo y a  alguno de los muchachos se le ocurrió burlarse de las letras de las canciones    en unas parodias discordantes cantadas a  voz en cuello, coreadas por sus camaradas pusieron una fea nota en la tarde.
Es oportuno decir que la acción fue oportunamente repudiada por varios mayores y Guille, el más cercano a la pequeña plaza, los expulsó de ella, con la aprobación de los demás colindantes.
Este hecho local ilustra de cómo los padres tienen el deber de velar por todo lo que hacen sus hijos, que como menores necesitan el apoyo moral, material y espiritual, pero también la contención y el regaño oportunos para corregir conductas y que la relación entre generaciones no sea chocante sino armónica y llevadera.
Porque los de mi tiempo no éramos santos y hacíamos también  nuestras maldades siempre que no hubiera una persona mayor, porque sabíamos qué podía costarnos una queja y “cuidaíto” con replicar o mirar  mal después al quejumbroso pues después, en   casa, venía la reprimenda o el bofetón que hoy muchos critican, pero que, cuando oportuno, era un instrumento didáctico como la chancleta-terapia, aun cuando soy enemigo del castigo físico.
De los padres depende que no existan tantas conductas desajustadas como vemos hoy día. He dicho.


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