lunes, 26 de noviembre de 2018

Remellado


Desde mis años mozos siempre escuché un slogan radial y televisivo: “Si bebes no manejes y si manejas no bebas”, pero como nadie experimenta por cabeza ajena, salvo el barbero, una vez hice caso omiso de esta sabia advertencia.
Debo aclarar que ello me trajo serias consecuencias.

Éramos un grupo de jóvenes profesores que preparábamos condiciones para que unos días después entraran los estudiantes a cumplir con la etapa de la escuela al campo. Después de los arduos trabajos  constructivos nos dedicábamos a deportes como la pesca con arpón y anzuelo junto a la caza, lo mismo con una vieja escopetica de cartuchos como con tirapiedras y caravanas.
Todo ello lo hacíamos capitaneados por José Collada, a quien le decíamos Jonky, tan contradictorio que lo trataba a uno de usted y lo podía embromar de mala manera, siempre con una sonrisa pícara bajo un copioso bigote.
Ese mediodía a alguien se le ocurrió traer unas botellas de aguardiente, para remojar los empolvados gaznates y cuando se acabó, a mí se me ocurrió salir a buscar más y ahí tuve la mala suerte de cruzarme con un caballo desbocado y claro, con los sentidos amordazados por el alcohol  no supe sortearlo.
Desperté en la parte trasera de un carro auxiliado por dos jóvenes porque mi  estado era lamentable: una herida inmensa en la barbilla y de ahí hacia abajo, todo remellado desde el pecho hasta los pies y la ropa y tennis (nuevos) hechos jirones.
Por la embriaguez no pude aprovechar la anestesia y tuvieron que suturarme a sangre fría, más que una sutura era un costurón lo que llevaba en el mentón… el mercurocromo me lo embadurnaron con brocha gorda, tuve que sacrificar una hermosa barba negra, afeitada casi en seco y regresé   a mi casa adolorido, al punto que no pude dormir.
Al día siguiente Jonky se apareció a verme  y después de interesarse por mi estado comentó: “Cuando lleguen los alumnos, seguramente te preguntarán: Profesor Remello, ¿Cómo se siente?
Desde entonces nos decimos así: él a mí Profesor Remello y yo le retribuyo con  “Profesor Riga”, que esa era la marca del motorcito ruso en el que aprendí una dura lección de vida.

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