A
ciencia cierta era difícil decidir por qué se le llamaba El Zócalo a aquel
maestro tan ingenuo: si por ser apellidado Socarrás o por tener la cabeza en
forma de bombilla incandescente invertida, cuya parte superior representaba el foco y la
inferior la rosca que iba atornillada al socket y que en el caso del docente
sería la barbilla donde era difícil adivinar la boca camuflada
por la doble hilera de prematuras arrugas.
Lo
cierto es que su credulidad movía a risa y aunque la asignatura que impartía
inexplicablemente se ubicaba en el grupo
de la ciencia, el Zócalo movía a la risa
por lo descabelladas de sus creencias y aseveraciones.
El
hombre creía en fantasmas en una época en que ni los niños se dejan amedrentar
por eso, de ese modo los jodedores aseguraban que por las llanuras donde
residía habían visto al Hombre lobo, a Drácula o hasta la misma Momia azteca y
ni loco se aventuraba durante esas noches por caminos más o menos transitados, aunque
en casa lo esperaba una mujer bella y lozana.
A
propósito de ello, una conseja popular asegura que el "Hombre del Sombrerón" les
cuida las esposas a los movilizados o a quienes trabajan fuera. Sirva esta
anécdota para ilustrar la credulidad de El Zócalo quien a la sazón se
encontraba junto a otros camaradas imprimiendo exámenes con un mimeógrafo en el
centro de Educación (interno) donde laboraba.
-Oye,
Chicho, por las llanuras del río Cauto vieron anoche al hombre de El Sombrerón –dijo
uno de sus compañeros.
El
Zócalo miró a todos con una interrogante casi muda en sus ojos peculiarmente estrábicos y a
los cinco segundos estaba pidiendo pase para ir a la casa porque se le había “manchado”
la ropa
-Pero
Soca- le dijo el director- si la mancha que tiene tu pantalón no va más allá de la cabeza de un
alfiler.
-Sí,
pero tengo que irme a casa ahora mismo -y se atoró en la perrera de un yipi soviético
y solo así pudo dormir tranquilo.
Unos
días después se otorgarían las carreras universitarias a los alumnos de duodécimo
grado y a un chusco se le ocurrió poner en un mural las carreras para los
profes: A Armandito le "llegó" Licenciatura en pesquería, a Fermín, técnico medio
en el juego de cubilete y así una serie de disparates pero al Soca no le llegó
carrera y andaba cabizbajo, de momento se iluminó su rostro y gritó “Yo lo que
quiero es Periodismo y hay que dármelo”.
Como
habrá imaginado el lector al día siguiente y en el correspondiente orden
alfabético, en unos caracteres más grandes que los restantes estaba la carrera
solicitada por el Zócalo quien se pavoneaba ufano.
Eso
hasta el día enque a otro bromista se le ocurrió decirle que el curso entrante
sería nombrado subdirector docente, nuevo motivo de orgullo.
La
escuela tenía unas ventanas como esas encristaladas que forman una especie de
guillotina con un cierre que sujeta la parte superior y que se ven mucho en películas,
El Zócalo muy autoritario se asomó por una de esas ventanas y gritó a sus
compañeros.
-¡¡El
año que viene seré subdirector y me tienen que respetar!!
Y enseguida
la ventana-guillotina bajó vertiginosamente y casi lo decapita de veras, al punto
que sus colegas y varios alumnos tuvieron que volar a socorrerlo.
Estas
anécdotas nos acercan a un personaje singular y dicho sea oportunamente, no son las
únicas.
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