domingo, 4 de noviembre de 2018

El Zócalo


A ciencia cierta era difícil decidir por qué se le llamaba El Zócalo a aquel maestro tan ingenuo: si por ser apellidado Socarrás o por tener la cabeza en forma de bombilla incandescente invertida,  cuya parte superior representaba el foco y la inferior la rosca que iba atornillada al socket y que en el caso del docente sería la barbilla donde era difícil adivinar la boca camuflada por la doble hilera de prematuras arrugas.
Lo cierto es que su credulidad movía a risa y aunque la asignatura que impartía inexplicablemente  se ubicaba en el grupo  de la ciencia, el Zócalo movía a la risa por lo descabelladas de sus creencias y aseveraciones.
El hombre creía en fantasmas en una época en que ni los niños se dejan amedrentar por eso, de ese modo los jodedores aseguraban que por las llanuras donde residía habían visto al Hombre lobo, a Drácula o hasta la misma Momia azteca y ni loco se aventuraba durante esas noches por caminos más o menos transitados, aunque en casa lo esperaba una mujer bella y lozana.
A propósito de ello, una conseja popular asegura que el "Hombre del Sombrerón" les cuida las esposas a los movilizados o a quienes trabajan fuera. Sirva esta anécdota para ilustrar la credulidad de El Zócalo quien a la sazón se encontraba junto a otros camaradas imprimiendo exámenes con un mimeógrafo en el centro de Educación (interno) donde laboraba.
-Oye, Chicho, por las llanuras del río Cauto vieron anoche al hombre de El Sombrerón –dijo uno de sus compañeros.
El Zócalo miró a todos con una interrogante casi muda en sus ojos peculiarmente estrábicos y a los cinco segundos estaba pidiendo pase para ir a la casa porque se le había “manchado” la ropa
-Pero Soca- le dijo el director- si la mancha que tiene tu  pantalón no va más allá de la cabeza de un alfiler.
-Sí, pero tengo que irme a casa ahora mismo -y se atoró en la perrera de un yipi soviético y solo así pudo dormir tranquilo.
Unos días después se otorgarían las carreras universitarias a los alumnos de duodécimo grado y a un chusco se le ocurrió poner en un mural las carreras para los profes: A Armandito le "llegó" Licenciatura en pesquería, a Fermín, técnico medio en el juego de cubilete y así una serie de disparates pero al Soca no le llegó carrera y andaba cabizbajo, de momento se iluminó su rostro y gritó “Yo lo que quiero es Periodismo y hay que dármelo”.
Como habrá imaginado el lector al día siguiente y en el correspondiente orden alfabético, en unos caracteres más grandes que los restantes estaba la carrera solicitada por el Zócalo quien se pavoneaba ufano.
Eso hasta el día enque a otro bromista se le ocurrió decirle que el curso entrante sería nombrado subdirector docente, nuevo motivo de orgullo.
La escuela tenía unas ventanas como esas encristaladas que forman una especie de guillotina con un cierre que sujeta la  parte superior y que se ven mucho en películas, El Zócalo muy autoritario se asomó por una de esas ventanas y gritó a sus compañeros.
-¡¡El año que viene seré subdirector y me tienen que respetar!!
Y enseguida la ventana-guillotina bajó vertiginosamente y casi lo decapita de veras, al punto que sus colegas y varios alumnos tuvieron que volar a socorrerlo.
Estas anécdotas nos acercan a un personaje  singular y dicho sea oportunamente, no son las únicas.


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