En la década
de los años 60 del pasado siglo, un
pintor, en cierto modo ambulante, llegó a la fonda de los Véliz en el barrio bayamés de San Juan
y le propuso a su dueño pintarle un león en la fachada para levantar el ánimo del negocio, pero le propuso
dos variantes.
-¿Cómo lo
quiere Lorenzo, suelto o amarra´o?
-¿Cuáles son
los precios? –indagó el fondista.
-Suelto cuesta
15 pesos; amarra´ o, 25
-Pues
píntalo suelto, entonces -exclamó el viejo Véliz
Era el mes de octubre, con sus aguas nocturnas,
esa noche no fue una excepción y a a mañana siguiente el león se había
esfumado.
Ante el
reclamo del negociante el habilidoso pintor le espetó a bocajarro “¿no lo querías
suelto? Pues ya se te escapó.
Nada pudo hacer
que Tragabala, que ese era el nombre más popular del pintor, indemnizara al negociante.
El hombre
usaba diversos modos para pregonar las “gangas” de una tienda bayamesa, bien
con un cono de cartón o metal, no sabría decirlo, más bien un fotuto (como le
llamábamos entonces) que proyectaba su voz teatral y algo gangosa; más bien
parecía el anunciante de un circo.
También lo
hacía embutido en La mona de La Luisita, un antecedente de los muñecones de
carnaval y que era distintivo de aquel establecimiento.
¡“Ahí viene
la mona de la Luisita”! (con el consiguiente espanto de los más chicos y el
regocijo de los mayores) era una voz de atención sobre los productos y era
también lo que se llama sustantivos en aposición, porque como La mona de la
Luisita casi todos conocían en Bayamo a Tragabala, que también tuvo su nombre
de pila, pero la historia tiene otros antecedentes.
Mi padre
decía que el nombre real era Carlos Ayala y que con sus dotes histriónicas
incomprendidas en su natal Veguitas, muchos lo llamaban Carlitos el Mono.
Mi madre
afirmaba que la idea de usar el primitivo megáfono para anunciar lo que vendían
las tiendas locales era anterior a su vida bayamesa y que un guardia rural, no
sé si en el gobierno de Grau, Prío o Batista, molesto ante la estentórea voz lo
conminó a callar.
-Si sigues
en eso, te colaré un tiro por el fotuto.
Conminado
por la necesidad de ganar el sustento, Carlitos continuó con su labor y tal
como lo prometiera el militar le disparó a bocajarro, siguiendo al término al
pie de la letra.
Milagrosamente
no murió Carlitos en aquel lance, pero desde entonces en Veguitas –pueblo
chico, infierno grande (e ingenioso y prolífico para poner nombretes) lo
bautizaron como Tragabala, dejando un poco relegado a Carlitos el Mono, que no
trajo a La Ciudad Monumento Nacional.
Bayameses
que pasan de las seis décadas aún recuerdan las pintorescas vestimenta y
elocuencia de quien pasó a la posteridad por sus dotes de comunicador empírico
y lleno de simpatía.
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