lunes, 22 de octubre de 2018

¿León suelto o amarrado?


En la década de los años  60 del pasado siglo, un pintor, en cierto modo ambulante, llegó a la fonda  de los Véliz en el barrio bayamés de San Juan y le propuso a su dueño pintarle un león en la fachada para  levantar el ánimo del negocio, pero le propuso dos variantes.
-¿Cómo lo quiere Lorenzo, suelto o amarra´o?
-¿Cuáles son los precios? –indagó el fondista.
-Suelto cuesta 15 pesos; amarra´ o, 25
-Pues píntalo suelto, entonces -exclamó el viejo Véliz
Era  el mes de octubre, con sus aguas nocturnas, esa noche no fue una excepción y a a mañana siguiente el león se había esfumado.

Ante el reclamo del negociante el habilidoso pintor le espetó a bocajarro “¿no lo querías suelto? Pues ya se te escapó.
Nada pudo hacer que Tragabala, que ese era el nombre más popular  del pintor, indemnizara al negociante.
El hombre usaba diversos modos para pregonar las “gangas” de una tienda bayamesa, bien con un cono de cartón o metal, no sabría decirlo, más bien un fotuto (como le llamábamos entonces) que proyectaba su voz teatral y algo gangosa; más bien parecía el anunciante de un circo.

También lo hacía embutido en La mona de La Luisita, un antecedente de los muñecones de carnaval y que era distintivo de aquel establecimiento.

¡“Ahí viene la mona de la Luisita”! (con el consiguiente espanto de los más chicos y el regocijo de los mayores) era una voz de atención sobre los productos y era también lo que se llama sustantivos en aposición, porque como La mona de la Luisita casi todos conocían en Bayamo a Tragabala, que también tuvo su nombre de pila, pero la historia tiene otros antecedentes.
Mi padre decía que el nombre real era Carlos Ayala y que con sus dotes histriónicas incomprendidas en su natal Veguitas, muchos lo llamaban Carlitos el Mono.

Mi madre afirmaba que la idea de usar el primitivo megáfono para anunciar lo que vendían las tiendas locales era anterior a su vida bayamesa y que un guardia rural, no sé si en el gobierno de Grau, Prío o Batista, molesto ante la estentórea voz lo conminó a callar.

-Si sigues en eso, te colaré un tiro por el fotuto.

Conminado por la necesidad de ganar el sustento, Carlitos continuó con su labor y tal como lo prometiera el militar le disparó a bocajarro, siguiendo al término al pie de la letra.

Milagrosamente no murió Carlitos en aquel lance, pero desde entonces en Veguitas –pueblo chico, infierno grande (e ingenioso y prolífico para poner nombretes) lo bautizaron como Tragabala, dejando un poco relegado a Carlitos el Mono, que no trajo a La Ciudad Monumento Nacional.

Bayameses que pasan de las seis décadas aún recuerdan las pintorescas vestimenta y elocuencia de quien pasó a la posteridad por sus dotes de comunicador empírico y lleno de simpatía.

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