domingo, 23 de septiembre de 2018

Altavoces humanos


Encadenado a su  grillete acústico. Foto tomada de Internet
Cualquier persona en cualquier rincón del país puede sorprenderse fastidiosamente  cuando al salir a la calle lo agrede una música estentórea que taladra sus oídos y lo hace pensar que le han trasladado una plaza de fiestas junto a su pabellón auditivo.
Realmente sé poco de esos equipos de audio que desde hace un tiempo han aparecido en la geografía humana de Cuba y que muchos se empeñan en usarlos a modo personal, pues van por la calle matando canallas y a quien no son tan canallas  a decibeles tan altos que parecería aquello un disparate si no fuera el ruido tan agresivo.
Lo peor es la selección musical, por lo general reggaetones de música incisiva y letras faltas de respeto, denigrantes de la mujer y salpicadas con dos o tres malas palabras  por estrofa, nada que están a la moda, aunque del peor modo.
Además obligan al prójimo a escuchar lo que este no quiere, como mismo hacen los musicalizadores en fiestas o actos públicos en los que apenas pueden intercambiarse dos o tres frases porque nadie nos escucha, allí uno tiene la disyuntiva  de abandonar el recinto o atormentarse a su gusto.
En cambio los altavoces ambulantes agreden por doquier, nos siguen, mejor dicho nos persiguen y como el nivel de decibeles y estrés es tan alto  ni  siquiera cruzando una acera o torciendo el rumbo nos libramos de ellos, pero no he visto ni a inspectores ni a agentes del orden imponer una multa a esos infractores ni tampoco aconsejarles que bajen el volumen del bombardeo acústico.
Esta es una cuestión abordada en las reuniones de los barrios y en las rendiciones de cuentas de los delegados del poder popular, pero hasta ahora, salvo en casos aislados no he visto, reitero,  tomar medidas de índole   persuasiva alguna.
Me permito citar fragmentos del colega de Juventud Rebelde Yuniel Labacena Romero con su comentario El ruido también ensucia.

Salvo en casos concretos de denuncias, que se producen cuando la persona llega al límite de su paciencia ante ese vecino o institución, sobre todo recreativa, que no deja vivir en armonía con su música a volúmenes enormes, no se enfrentan las agresiones ruidosas. Quizá por ello diversas organizaciones a nivel mundial han dispuesto legislaciones sobre ese mal.

(…)  La Ley 81 del Medio Ambiente, el Decreto Ley 141/1988, los códigos de Seguridad Vial y Civil..., por solo citar algunos, se destacan entre nuestras leyes, resoluciones y reglamentos de carácter laboral, ambiental, de seguridad vial y de salud relacionados con el ruido, su impacto, medición y control.

Pero, ¿siempre se hace caso a esas normas jurídicas? ¿Se aplican? No hay duda de que todo ese amplio cuerpo legal puede ayudar a disminuir el nivel de afectación sonora, pero falta rigor en su aplicación. Las legislaciones ayudan a resolver el problema y reordenar; pero hay que  divulgarlas para que se conozcan y las personas puedan ejercer su derecho a exigir un ambiente más sano.
Ahora solo falta cortar el pastel acústico y que cada cual reciba solo la porción que merece para su estabilidad  emocional y auditiva

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