sábado, 16 de junio de 2018

Frenar la trasmisión


Desde mis años mozos (cuando fui profesor novel), tropecé con una práctica que me puso a pensar, pues era un fraude encubierto e ingenioso - eso es preciso reconocerlo - pero también  era necesario combatirlo.
Era la década final de los años 60 y las primeras de los 70 del pasado siglo, una época en que al registrar los errores ortográficos comenzaron a descontarse con mucho más rigor en todas las asignaturas.  
Muchos estudiantes, en lugar de aplicarse al estudio,  quisieron pasar gato por liebre y mantener sus calificaciones: vocablos con dificultades ortográficas, digamos B o V los escribían con cualquiera de ellas y después pasaban por arriba con la otra, al  revisar los exámenes, y señalar el yerro, alegaban haber escrito lo correcto.
Para cortar de cuajo con la “habilidad”, los docentes comenzamos a restar como errores donde había la duplicidad, ya que si no estaban seguros, era falta. Eso, junto con las medidas de darnos de lleno y entregar a los chicos al estudio de las reglas ortográficas, la ejercitación mediante mucha lectura silenciosa u oral, y la comprobación mediante infinidad de dictados, permitió  minimizar la práctica deshonesta y ponerlos a estudiar.
Utilizamos incluso juegos de palabras para enseñar ortografía y redacción, ejercicios con sinónimos, homónimos… que fueron comunes en los años 40, unidos a las nuevas obras de corte revolucionario más modernas, científicas y asequibles, propiciadas por el Ministerio de Educación, lo cual, a la postre, mejoró nuestra propia redacción y estilo y, por ende, las de los educandos, valga este ejemplo:
“Vaya a la Valla Bayamo y tráigame la yegua baya que está amarrada a la valla y se está comiendo las bayas del otro lado de la valla”.
Hoy, en el Comercio, con las nuevas formas de gestión económica y ante el trabajo de los inspectores, que por lógica se tecnificará y enraizará con la Ley de protección al consumidor, hemos visto algo similar a lo practicado por nuestros antiguos discípulos.
Los precios de los productos, por ejemplo la libra de yuca parece costar un peso, pero cuando el cliente pide cinco libras y pretende abonar con un billete equivalente, el pícaro vendedor le aclara “¡Son diez pesos!, aun cuando todo indica a la vista que aquello es un guarismo mal trazado.
Debíamos ser tan desconfiados como un gallego que  frecuentaba nuestro barrio San Juan, y cuando comía en una fonda o lo invitaban,  invariablemente pedía   un revoltillo que siempre le parecía poco, él se quejaba… “¡Es de dos huevos!”, ripostaba quien cocinara, “¡Pues échele tres para que parezcan dos!”, concluía el peninsular.
Comparemos: Si la mala ortografía es una enfermedad de transmisión textual, como dicen algunos internautas, y se remedia con estudio, mucha práctica y con rigor a evaluar… entonces el timo, la trampa, el  escamoteo… son enfermedades de trasmisión social y ahí está la nueva ley para contrariarlas y, en el mejor de los casos, curarlas, pero ella no se aplica sola: para que se concrete, todos debemos ser actores.



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