Muchos
viejos bayameses, sobre todo si somos del antiquísimo barrio de San Juan, donde
estuvo el primer cementerio a cielo abierto de Latinoamérica sentimos un orgullo
nada malsano por muchas de las cosas de aquí de esta región al este de Cuba y
en cuestión de gustos la generalidad valora mucho las cosas que les detallo a
continuación.
Amamos
la música mexicana, y diariamente quien  puede, sintoniza uno de esos espacios radiales
que nos dan el “de pie”  cada amanecer, yo
por ejemplo que soy muy  madrugador casi
todas las mañanas tengo listo un minúsculo radiecito para, desde la cama,
disfrutar de Serenata mexicana, y los viajes a través de los mejores exponentes
de la música azteca, sus compositores y la historia de los distintos períodos conducido
magistralmente por la joven periodista Náyade Ferreira Limia escoltada por un  equipo de lujo, como mismo es ella: escritora, Mailín Palmero Pascual; asesora Reina Cepero Montenegro; grabador/editor, Israel Aguilar; directora, Dinorah Bárcenas Novelles ...
Asimismo
(nos) me fascina  el punto cubano, las
controversias,  los malabares del repentismo,
por eso fui  amante de Palmas y cañas
desde que tuve uso de razón, de cultores como Celina, Ramón Veloz y otros
muchos y las aceradas estocadas poéticas intercambiadas por Justo Vega y Adolfo
Alfonso quien casi siempre hacía encolerizar  a su compañero y antagonista.
Por
eso después  de Serenata… el propio Radio Progreso me permite seguir las incidencias
de Fiesta guajira… más tarde debo levantarme para atender a mis deberes.
Nos
encanta (me)  tener  ese acento tan criollo, del “cantaíto guajiro”
que nos identifica y que es tan diferente 
al de los nacidos en Santiago o en Guantánamo, por ejemplo, y desde Camagüey
 hacia y hasta  el Occidente.
Pero
voy a ser sincero, como tengo mal oído musical a veces me voy con la melodía de
mi interlocutor y me ha cogido diciendo ¿ Veddá? Como dice mi nietecito
habanero Alejandro, pero enseguida 
rectifico y vuelvo a la mío, pero esta anécdota indica cuanta “agresión”
 puede haber hacia  nuestra (mi ) propia identidad.
Hoy,
no soporto los dramones condensados mexicanos por llorones, pero en cierta
ocasión, mejor dicho a principios de la década de los años 80 del pasado siglo
, los familiares de mi novia (hoy mi mujer) y yo, teníamos por costumbre, y posibilidades
 aprovechar las excursiones que proponía
el Ministerio de Turismo con sus distintas agendas y coincidimos en dos vueltas
a Cuba.
En
una de ellas, en la Ciudad de los tinajones nos juntamos con un grupo de
docentes mexicanos con el que hicimos pronta química, para ellos yo era Güicho
y Carmen, Carmelita,  y por ser entonces
los más jóvenes siempre que nos encontrábamos 
en cualquiera de los espacios de los  hoteles, entablábamos largas charlas… y al rato
me cogía yo hablando como un charro, “Oye mano”… al igual que muchos compañeros
de viaje bayameses y manzanilleros.
Al
punto que mi suegro Fermín, una noche me llamó a la habitación del hotel (menos
mal que los teléfonos  de entonces no
tenían altavoz como hoy) y me habló como un habitante de Guanajuato o de cualquier
otro punto de ese hermano país… ¡y yo le respondí con el mismo acento! 
 
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