domingo, 19 de marzo de 2017

Orgullo

Muchos viejos bayameses, sobre todo si somos del antiquísimo barrio de San Juan, donde estuvo el primer cementerio a cielo abierto de Latinoamérica sentimos un orgullo nada malsano por muchas de las cosas de aquí de esta región al este de Cuba y en cuestión de gustos la generalidad valora mucho las cosas que les detallo a continuación.

Amamos la música mexicana, y diariamente quien  puede, sintoniza uno de esos espacios radiales que nos dan el “de pie”  cada amanecer, yo por ejemplo que soy muy  madrugador casi todas las mañanas tengo listo un minúsculo radiecito para, desde la cama, disfrutar de Serenata mexicana, y los viajes a través de los mejores exponentes de la música azteca, sus compositores y la historia de los distintos períodos conducido magistralmente por la joven periodista Náyade Ferreira Limia escoltada por un  equipo de lujo, como mismo es ella: escritora, Mailín Palmero Pascual; asesora Reina Cepero Montenegro; grabador/editor, Israel Aguilar; directora, Dinorah Bárcenas Novelles ...
Asimismo (nos) me fascina  el punto cubano, las controversias,  los malabares del repentismo, por eso fui  amante de Palmas y cañas desde que tuve uso de razón, de cultores como Celina, Ramón Veloz y otros muchos y las aceradas estocadas poéticas intercambiadas por Justo Vega y Adolfo Alfonso quien casi siempre hacía encolerizar  a su compañero y antagonista.
Por eso después  de Serenata… el propio Radio Progreso me permite seguir las incidencias de Fiesta guajira… más tarde debo levantarme para atender a mis deberes.
Nos encanta (me)  tener  ese acento tan criollo, del “cantaíto guajiro” que nos identifica y que es tan diferente  al de los nacidos en Santiago o en Guantánamo, por ejemplo, y desde Camagüey  hacia y hasta  el Occidente.
Pero voy a ser sincero, como tengo mal oído musical a veces me voy con la melodía de mi interlocutor y me ha cogido diciendo ¿ Veddá? Como dice mi nietecito habanero Alejandro, pero enseguida  rectifico y vuelvo a la mío, pero esta anécdota indica cuanta “agresión”  puede haber hacia  nuestra (mi ) propia identidad.
Hoy, no soporto los dramones condensados mexicanos por llorones, pero en cierta ocasión, mejor dicho a principios de la década de los años 80 del pasado siglo , los familiares de mi novia (hoy mi mujer) y yo, teníamos por costumbre, y posibilidades  aprovechar las excursiones que proponía el Ministerio de Turismo con sus distintas agendas y coincidimos en dos vueltas a Cuba.
En una de ellas, en la Ciudad de los tinajones nos juntamos con un grupo de docentes mexicanos con el que hicimos pronta química, para ellos yo era Güicho y Carmen, Carmelita,  y por ser entonces los más jóvenes siempre que nos encontrábamos  en cualquiera de los espacios de los  hoteles, entablábamos largas charlas… y al rato me cogía yo hablando como un charro, “Oye mano”… al igual que muchos compañeros de viaje bayameses y manzanilleros.
Al punto que mi suegro Fermín, una noche me llamó a la habitación del hotel (menos mal que los teléfonos  de entonces no tenían altavoz como hoy) y me habló como un habitante de Guanajuato o de cualquier otro punto de ese hermano país… ¡y yo le respondí con el mismo acento!




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