domingo, 18 de diciembre de 2016

Cumpleaños

En mi infancia los cumpleaños eran sui géneris: en mi segmento pobre del humilde Barrio bayamés de San Juan a muchos les pasaban por debajo de la mesa, a otros nos celebraban “el santo” como antes se decía pues por lo general se hacía coincidir el nombre que uno traía  en el almanaque, con la fecha de nacimiento, es el llamado onomástico.
Consuelo, mi única tía, era una entusiasta de estas fiestas   que con un cakecito barato, unos refrescos, dulcecitos y algarabía hacía  las delicias de los chicos de la cuadra y como éramos varios primos por la zona, siempre había  motivo para celebrar.

En momentos de tiempo  escaso o cuando  lo estaba el bolsillo, ella inventaba: hacía un merengue para cobertura  y vestía una panetela hecha a toda carrera, o compraba varios dulces y efectuaba la misma operación y llegó algún momento en que con merengue cubría una caja de cartón, la adornaba y allá van fotos y alegría… Era una verdadera entusiasta de todos los aniversarios nuestros y de nuestros primos.
Hoy la cosa se torna diferente si es modesta la fiesta se llama come-cake o pica-cake según la región donde ocurra, si es de mayor envergadura será un celebración  con todas las de la ley.
Hace muchos años surgieron los payasos que a tantos atemorizan y a otros entretienen, y quienes también saben adecuarse a la envergadura de la fiesta.
He estado en muchas acompañando a mis hijas y nietos y   prefiero  ver al chico  o chica divertirse como uno más y no amargado por las poses de las fotos.
Todo está en cómo los familiares hagan fluir la fiesta para la diversión del “ojomeneado” , perdón quise decir homenajeado (esta era una broma desde mis años infantiles y me traicionó el subconsciente).
Decía que todo el éxito radica en la intención puesta por los padres y abuelos para hacer sentir bien al cumpleañero y sus amiguitos… si todo fluye naturalmente habrá regocijo, y  no incomodidad por los flases.
 Incluso he estado en aniversarios fastuosos cuyos dueños los llevan con tanta naturalidad y modestia, que nadie  se siente aplastado por el lujo y en otros, más sencillos, donde los anfitriones  charlatanean de una manera  espantosa.

Con todo, es muy emotivo revisar aquellas fotos en blanco y negro, ya ahora son  en colores, digitales y más… donde los chicos desdentados o con toda la “cajetilla” sonreían  -y sonríen- a la lente del fotógrafo… son recuerdos imborrables.

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