Cuando
mi madre murió se instalaron en mí un vacío y una tristeza que, aún a mi pesar conservo;
solo pensar en el Día de las madres me ponía tan mal al punto que durante algún
tiempo no escribí una tarjeta más y felicitaba a otras madres a duras penas.
Después
reparé en que eso era el más negro egoísmo: otras madres merecían el homenaje
que no podía rendir a la mía a viva voz, y decidí que debía seguir viviendo
para Carmen, mi esposa, una madre super exigente y amorosa, una Mamá con
mayúscula que hasta a mí que soy ya un viejo (me resisto al eufemismo de tercera
edad), y a junto a una pasión inapagable me ha acogido como una especie de
madre sustituta.
También
a mi hermana Ileana a quien la vida le negó extender la progenie, pues Juan
Orestes solo duró un par de dolorosos años, y su probable hermano no rebasó los
seis meses de embarazo, pero Ileana ha desdoblado tanto dolor en un amor sin límites
a mis tres hijas y se nos mantiene siempre apegada.
Ya
mis tres “vástagas” tienen los suyos
propios, y aunque cada una tenga sus características, comparten el desvelo por la fiebre alta o el rendimiento escolar o
prescolar: Ariadna, la primera, afronta la difícil adolescencia de Nana,
amortiguada por la paz inexplicable de Manolito; Conchi torea los tres años habaneros de Alejandro, que no obstante ama
-gracias a ella y a su esposo Mario- las raíces bayamesas, y ya se estrena en
eso de tener novia de mentiritas y de andar detrás de las muchachitas para “hablar
con ellas”, aun sin abandonar la carriola de todas las tardes al pie del edificio contiguo al
Arroyo Arenas, tan parecida a la de la serie televisiva infantil Los papaloteros.
Carmen
Luisa estrenada hace año y pico como madre, siempre está a la expectativa de la
hiperactividad de Diego, matizada por el cariño y simpatía innegables del llamado
General Muy Nenito y… prevé menudo trabajo porque, cada vez que ve una muchacha
que considera bonita, se da unas enamorás de comedia romántica.
También
a mi suegra, Isabel; e Isabel María, mi cuñada, que comparten el dolor de haber
perdido una hija la primera y de haber pedido uno la segunda, además de otro con
una ausencia larga y permanente que la entristece y trastorna.
No
puedo dejar de hablar de mis vecinas: María, la mujer de Cabilla, para quien
cada una de mis hijas y los cuatro nietos han sido objeto de cariño, Yudi, la esposa de Javier,
que secuestra a Diego por unos minutos y lo disfruta al máximo…
Estas
son, entre otras, las madres de mi familia
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