La madre pretendió encargar el cake de cumpleaños para su pequeño y se lo hizo saber al encargado de tramitarlo.
Era
un joven que no rebasaba los veintiún años de edad, quien de inmediato se dio a
conocer: “Estoy aquí por un milagro de Dios, porque esto es de ocho a 12 del
mediodía”.
“A
qué hora lo hace quien que trabaja?”- indagó la muchacha
“¡A
mí no entrenaron para solucionar problemas, es a esa hora y ya!”, agregó el
joven con ese aire maligno de perdonavidas, que de seguro nadie le enseñó en la
escuela ramal, donde presumiblemente fue preparado.
Eso
ocurrió delante de este cronista en el municipio habanero de La Lisa; pero pudo
acaecer en cualquier punto de la
geografía cubana.
¿Así
que no lo entrenaron para solucionar problemas? Entonces, tampoco sirve para
atender a la población que es su cometido básico y posiblemente único,
prioridad de quien atiende al público y se supone que preste un servicio. Y de
seguro es de los que se acostumbrado a “no estar para pensar”, como dicen otros.
Y es que muchos equivocaron el rumbo cuando
decidieron prepararse en un sector… O “no dieron para estudiar otra cosa”.
Eso
desdice con amplitud el precepto que guía a las escuelas de Comercio y
Gastronomía, desmiente la tradición de
los puros gastronómicos, amables que, desde un puesto humilde o encumbrado, dan
lo mejor de sí con una sonrisa o, al menos con un buen trato.
Pero
no… algunos pretenden –y de hecho logran- colocar un valladar entre ellos y las
personas a quienes debían agasajar con
esmero y no pensar que son imprescindibles…
Como
mejor puede lograrse la indispensabilidad es dejando buenas referencias, no de
palabra, sino de hecho; es muy edificante escuchar: “Fulano siempre tiene una
solución a mano, o al menos la explicación convincente; de ese modo se genera
una genuina complacencia.
¡Qué
equivocado el joven que obró de esa manera! Si sus antecesores lo hubieran hecho o sus padres o maestros, él
no estaría en el puesto que ocupa, esto es un hecho terrenal, no divino, pues
esto último implicaría grandeza.
Servir
es crecer como humanos.
Contraparte:
al día siguiente, la ventanilla de recepción para los cakes era ocupada por una
mujer madura casi anciana, amable, quien
con frases corteses explicó mejor todo el proceder y aunque la mamá del
cumpleañero tuvo que desandar las 17 cuadras que la separaban de la dulcería, lo hizo con
la satisfacción de ser bien tratada.
Parecería
como si la vieja empleada dijera a su joven colega: “Aprende, que no soy eterna
“.
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