lunes, 18 de enero de 2016

Pregoneros sorprendentes



Uno de los primeros posts de este blog, si no el primero, abordaba el tema de los pregoneros que desde mi niñez hasta la actualidad con un largo intervalo en la década de los 70 y hasta entrados los años 80, poblaban mañanas y tarde-noches de mi querido Bayamo.
Ineludiblemente, me remito mentalmente a dos versos del soneto Crescendo matinal, del poema Sinfonía Urbana de Rubén Martínez Villena: “Ya la ciudad despierta, con un rumor creciente”…
que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.
Hoy retomo el tema pues ante la explosión de las nuevas formas de gestión económica y otros que la ejercen  por la izquierda el concierto de voceadores o pregoneros es a veces ensordecedor; otras dejan boquiabierto al transeúnte o a quienes se refugian en la tranquilidad de sus hogares.

Hoy 18 de enero, cuando arribo a mi aniversario 66 años (utilizando un conocido cliché noticioso) me despertó a las cuatro de la madrugada el vendedor que no sé por que causa  se anuncia así: “El paaaaann, el pa´”… pero, debo agradecerle pues Diego, el benjamín de mis nietos, confeso amante del alimento cotidiano, aprendió con él esta explosiva sílaba.
Si de pasteleros se trata ese es otro cantar: está el que dice: “Pasteles, de guayaba en cautiverio” y realmente la cautiva convoca por su dulce sabrosura.
Pero, también está otros que  muchos se cuestionan si padece algún tipo de locura porque recomienda y  asevera: “No me compre, los pasteles están malos, están podríos”, pero todo el que adquiere alguno queda convidado por la calidad de la golosina.
Uno modo de pastelería es el cangrejito. Existe  un vendedor que los pregona simplemente así, pero el que mas gustosos los hace dice a eso de las 10 de la noche: “Cangrejitos con guayaba a peeeeeeeeeeeso” y si el marchante no anda rápido, tendrá que esperar a la otra noche, pues anda raudo  en su bicicletica que parece de juguete.
La nueva modalidad de carretilleros, (no tan nueva pues existió siempre pero ahora con otros visos) tiene gran  riqueza expresiva desde el que asegura tener  los mejores precios y productos y en realidad son los peores  y está el que apenas se anuncia y los tiene buenos, todos con aquel dicho tan popular antaño se anuncia más que la Coca cola y se vende menos que el pru, lo cual hoy es un contrasentido.
También hay uno con un altavoz que siempre pregona lo  mismo, sorprendentemente lo tiene en su carretilla, muchos dicen que de seguro tomó la experiencia en uno de sus viajes a Venezuela.
Todos ellos tienen el casi denominador común: sus exorbitantes precios las más de las veces acaballan al pueblo, aun a pesar del trabajo de inspectores de precios.
Por último, Ángel el antiguo dulcero   dominicalmente  vende a domicilio  las empanadillas  confeccionadas por su hermana, pero que las contrata cada sábado porque “le daría pena estar voceando en la calle”, lo cual no le hace falta por la alta demanda de estos exponentes  de la cocina criolla.
Son estos unos pocos botones de muestra de la amplia gama de vendedores y voceadores que cada mañana o madrugada quiebran el silencio de las
 viejas calles de  mi barrio de  San Juan y también allende al centro histórico urbano de Bayamo.

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