Uno
de los primeros posts de este blog, si no el primero, abordaba el tema de los
pregoneros que desde mi niñez hasta la actualidad con un largo intervalo en la
década de los 70 y hasta entrados los años 80, poblaban mañanas y tarde-noches
de mi querido Bayamo.
Ineludiblemente,
me remito mentalmente a dos versos del soneto Crescendo matinal, del poema Sinfonía
Urbana de Rubén Martínez Villena: “Ya la ciudad despierta, con un rumor
creciente”…
que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.
que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.
Hoy
retomo el tema pues ante la explosión de las nuevas formas de gestión económica
y otros que la ejercen por la izquierda
el concierto de voceadores o pregoneros es a veces ensordecedor; otras dejan
boquiabierto al transeúnte o a quienes se refugian en la tranquilidad de sus
hogares.
Hoy
18 de enero, cuando arribo a mi aniversario 66 años (utilizando un conocido
cliché noticioso) me despertó a las cuatro de la madrugada el vendedor que no
sé por que causa se anuncia así: “El paaaaann,
el pa´”… pero, debo agradecerle pues Diego, el benjamín de mis nietos, confeso
amante del alimento cotidiano, aprendió con él esta explosiva sílaba.
Si
de pasteleros se trata ese es otro cantar: está el que dice: “Pasteles, de
guayaba en cautiverio” y realmente la cautiva convoca por su dulce sabrosura.
Pero,
también está otros que muchos se
cuestionan si padece algún tipo de locura porque recomienda y asevera: “No me compre, los pasteles están
malos, están podríos”, pero todo el que adquiere alguno queda convidado por la
calidad de la golosina.
Uno
modo de pastelería es el cangrejito. Existe un vendedor que los pregona simplemente así,
pero el que mas gustosos los hace dice a eso de las 10 de la noche: “Cangrejitos
con guayaba a peeeeeeeeeeeso” y si el marchante no anda rápido, tendrá que
esperar a la otra noche, pues anda raudo en su bicicletica que parece de juguete.
La
nueva modalidad de carretilleros, (no tan nueva pues existió siempre pero ahora
con otros visos) tiene gran riqueza expresiva
desde el que asegura tener los mejores
precios y productos y en realidad son los peores y está el que apenas se anuncia y los tiene
buenos, todos con aquel dicho tan popular antaño se anuncia más que la Coca cola
y se vende menos que el pru, lo cual hoy es un contrasentido.
También
hay uno con un altavoz que siempre pregona lo
mismo, sorprendentemente lo tiene en su carretilla, muchos dicen que de
seguro tomó la experiencia en uno de sus viajes a Venezuela.
Todos
ellos tienen el casi denominador común: sus exorbitantes precios las más de las
veces acaballan al pueblo, aun a pesar del trabajo de inspectores de precios.
Por
último, Ángel el antiguo dulcero dominicalmente vende a domicilio las empanadillas confeccionadas por su hermana, pero que las contrata
cada sábado porque “le daría pena estar voceando en la calle”, lo cual no le
hace falta por la alta demanda de estos exponentes de la cocina criolla.
Son
estos unos pocos botones de muestra de la amplia gama de vendedores y
voceadores que cada mañana o madrugada quiebran el silencio de las
viejas calles de mi barrio de San Juan y también allende al centro histórico
urbano de Bayamo.
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