domingo, 11 de octubre de 2015

El mejor vecino



Este sábado dijimos adiós a un nativo de Mayarí e hijo adoptivo de Bayamo; Manuel Cuenca Rodríguez era la personificación de la bondad, de eso pueden dar fe muchas personas dondequiera que dejó su huella bienhechora.
Muy joven vino a Granma y se entregó de lleno a la obra de la Revolución, aquí en la zona de Cienaguilla, en Campechuela, defendió la integridad nacional en la Lucha contra Bandidos; al desmantelamiento de la actividad hostil, comenzó a trabajar en Bayamo. Primero en la Empresa Forestal, y  en 1976 fundó junto a muchos otros la actual Empresa Comercializadora y de Servicios de Productos  Universales Granma, como especialista en metales; más tarde en Emsuna, como especialista integral.

De la Universal solo lo separaban solo unos pasos del hogar formado con Hilvia Rivero, allí podía llegar cualquiera con determinada necesidad, con la seguridad de que su petición sería atendida.
El saludo cariñoso, la mano siempre tendida a quien la necesitara, caracterizaron a Manolito a lo largo de sus 75 años, él hacía realidad la abstracción: el  mejor hermano es el vecino más cercano.
Para mí y para muchísima gente su ausencia es un vacío difícil de llenar; lo testimonian, aun sin palabras, sus compañeros de trabajo, la gente que venía de todas partes a consultar sus conocimientos de mecánica automotriz, electricidad, tornería  y otras ramas, su viuda para quien fue el bastón de la vejez y la enfermedad, para multitud de familiares carnales o políticos…
También lo hacen sus vecinos que rara vez lo veían, atareado en el motor de un diminuto carro Simca que después dio paso a un Chevrolet verde, un almendrón devenido ambulancia, carro de paseo o multipropósito para quien lo requiriera; también lo extrañarán los poseedores y conductores de vehículos privados o estatales que venían de todas partes de Granma y de provincias cercanas o alejadas a solicitar juntas para blocks y jamás se fueron defraudados en el afán de alargar la vida útil a esos cacharros.
A mediados de los años 70, me tocó como compañero de guardia cederista y en las largas, calurosas o frías noches de entonces, las largas horas se acortaban durante la charla amena e instructiva, con la cual mostraba a los más jóvenes cómo vivir de la modestia y del trabajo virtuoso.
Gozaba del respeto colectivo y jamás lo oí decir una frase altisonante o levantar la voz a alguien, y eso que solo separaban nuestras casas  ambas aceras de la calle Manuel del Socorro, en el barrio de San Juan.
Como reza la Parábola de Jesús, en el Evangelio según Lucas, capítulo 10: el Buen Samaritano, Manolo sabía qué era amar a su prójimo, sin distinción de ningún tipo.







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