Este
sábado dijimos adiós a un nativo de Mayarí e hijo adoptivo de Bayamo; Manuel
Cuenca Rodríguez era la personificación de la bondad, de eso pueden dar fe
muchas personas dondequiera que dejó su huella bienhechora.
Muy
joven vino a Granma y se entregó de lleno a la obra de la Revolución, aquí en
la zona de Cienaguilla, en Campechuela, defendió la integridad nacional en la
Lucha contra Bandidos; al desmantelamiento de la actividad hostil, comenzó a
trabajar en Bayamo. Primero en la Empresa Forestal, y en 1976 fundó junto a muchos otros la actual
Empresa Comercializadora y de Servicios de Productos Universales Granma, como especialista en
metales; más tarde en Emsuna, como especialista integral.
De
la Universal solo lo separaban solo unos pasos del hogar formado con Hilvia Rivero, allí podía llegar cualquiera con
determinada necesidad, con la seguridad de que su petición sería atendida.
El
saludo cariñoso, la mano siempre tendida a quien la necesitara, caracterizaron
a Manolito a lo largo de sus 75 años, él hacía realidad la abstracción: el mejor hermano es el vecino más cercano.
Para
mí y para muchísima gente su ausencia es un vacío difícil de llenar; lo
testimonian, aun sin palabras, sus compañeros de trabajo, la gente que venía de
todas partes a consultar sus conocimientos de mecánica automotriz,
electricidad, tornería y otras ramas, su
viuda para quien fue el bastón de la vejez y la enfermedad, para multitud de
familiares carnales o políticos…
También
lo hacen sus vecinos que rara vez lo veían, atareado en el motor de un diminuto
carro Simca que después dio paso a un Chevrolet verde, un almendrón devenido ambulancia,
carro de paseo o multipropósito para quien lo requiriera; también lo extrañarán
los poseedores y conductores de vehículos privados o estatales que venían de
todas partes de Granma y de provincias cercanas o alejadas a solicitar juntas
para blocks y jamás se fueron defraudados en el afán de alargar la vida útil a
esos cacharros.
A
mediados de los años 70, me tocó como compañero de guardia cederista y en las
largas, calurosas o frías noches de entonces, las largas horas se acortaban
durante la charla amena e instructiva, con la cual mostraba a los más jóvenes cómo
vivir de la modestia y del trabajo virtuoso.
Gozaba
del respeto colectivo y jamás lo oí decir una frase altisonante o levantar la
voz a alguien, y eso que solo separaban nuestras casas ambas aceras de la calle Manuel del Socorro, en
el barrio de San Juan.
Como
reza la Parábola de Jesús, en el Evangelio según Lucas, capítulo 10: el Buen
Samaritano, Manolo sabía qué era amar a su prójimo, sin distinción de ningún
tipo.
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