domingo, 6 de septiembre de 2015

¡Le zumba el mango!



Esta vez decidí dejar para mejor ocasión una pincelada  acerca de aquella regalía denominada Ñapa, tan usual en Cuba hace muchos años y que algunos todavía recuerdan u ofrecen, y cedo su lugar a este tema que, de cuando en cuando nos muerde y por tanto, merece nuestra más exquisita atención.
Quien ahora lo aborda es el colega José Alejandro Rodríguez, quien forma con su sección Acuse de recibo una suerte de binomio al estilo de Don Quijote-Rocinante en el duro oficio de “desfacer entuertos”. Para ello, reproduzco íntegramente su columna del rotativo Juventud Rebelde en este domingo.

Las dos caras                                
José Alejandro Rodríguezacuse@juventudrebelde.cu
6 de Septiembre del 2015 0:21:28 CDT
Dos familias cubanas veranearon en hoteles diferentes de la playa Santa Lucía, en la provincia de Camagüey, y tuvieron experiencias diametralmente opuestas, que hacen pensar.
Alejandro Pérez Carmenate (San Joaquín 263, edificio B, Apartamento 4, reparto la Caridad, Camagüey), retornó de una estancia turística en el hotel Gran Club de ese balneario, con una gran decepción por el trato recibido.
Cuenta que al hacer la reservación, no había opción con transporte incluido, por lo cual se trasladaron hasta allí por sus propios medios. Al llegar a las 11:00 a.m., la carpetera les dijo que la entrada era a las 2:00 p.m. Lo entendieron. Pero también les comunicó que debían abandonar las áreas del hotel y esperar la hora señalada fuera del mismo.

Como la familia incluía un menor de solo un año, Alejandro pidió que al menos les dejaran aguardar dentro del lobby. «La respuesta fue rotunda y fría: lo siento, pero esas son las orientaciones». Solo la amabilidad de un miembro de la seguridad del hotel les facilitó resguardarse del fuerte sol bajo un árbol del parqueo.
Desde allí, Alejandro pudo observar cómo clientes extranjeros llegaban y eran atendidos con la mayor amabilidad, entre ellos una pareja de españoles de quienes conoció después que su horario de entrada era similar al de su familia.
A las dos de la tarde fueron a la carpeta. «Comenzó una charla sobre horarios y limitaciones, precisa, y me percaté de que ese sermón de bienvenida era solo para los cubanos. Al recibir las habitaciones seguían las diferencias. Las mejores se concentran dentro del hotel y las otras en el exterior. A la mayoría de los cubanos nos hospedaron en esta última área».
Para colmo, acota, las habitaciones fueron entregadas a las 4 y 15 p.m. a la mayoría de los huéspedes nacionales, pues aún no estaban listas a la hora de entrada a las 2:00 p.m.
Al margen de que entre cubanos «hay huéspedes y huéspedes», en los dos días de estancia Alejandro constató que, al pedir cualquier alimento en la cafetería, les decían: ¡Tienen que comerlo aquí! «Y al salir del restaurante, añade, sientes cómo te revisan con la vista, cual rayos x, para ver si sacas algo de allí. Pero una pareja de jóvenes argentinos sustraía del restaurante aceite y vinagre para prepararse, según me decían, ensaladas en la habitación».
El día de salida, cuando era la 1:53 p.m., Alejandro solicitó un refresco y el barman le dijo que ya no podía consumir. Al llegar a recogerlos el auto que habían alquilado para que los llevara a casa, también tuvo tropiezos para que permaneciera breve tiempo a la entrada del hotel, pues en ese instante llegaba un ómnibus de Turismo y dice que casi tuvo que montarse con el carro andando.
«Quisiera se reflexionara sobre mis palabras, llenas de frustración e impotencia», concluye.
El envés de aquel episodio lo tuvieron Alberto Rodríguez y su familia (4ta. del Sur 8, Reparto Sandino, Camagüey) en el Hotel Las Brisas de la propia playa Santa Lucía. La familia quedó maravillada y agradecida por el servicio y la atención que recibió. Y quiere hacer un reconocimiento público a ese colectivo turístico.
Especialmente, él desea individualizar sus argumentos, con personajes especiales que encontró allí:
«Nos causó admiración el trabajo de Cary, como la conocen todos. Ella lo mismo está en cada mesa, preocupada por el servicio y por cómo se sienten los clientes, que la ves en los bares, el café o la piscina, velando por la calidad de la atención. Siempre con una sonrisa elegante y sencilla.
También destaca la profesionalidad y calidez de Yaquelín, la dependienta que atiende las mesas del ala izquierda.
«Para quedar más impresionados, afirma, el 10 de julio, como era el cumpleaños de mi esposa, nos sorprendieron con un cake para toda la familia y le cantaron feliz cumpleaños. Nos sentimos en familia, ellos rodeando nuestra mesa y cantándole. Nos hicieron sentir felices. No los olvidaremos. Muchas gracias», concluye Alberto.
La primera de las situaciones planteadas (la decepción de Alejandro Pérez Carmenate) no sólo merece nuestra repulsa, sino también nuestra dura crítica porque duele, y lacera entre lo más profundo, porque se produce de hermano a hermano, es una suerte  de xenofobia a la inversa.
También lastima por lo reiterativo, (que se dé por satisfecho quien no haya sufrido  nunca alguna de estas manifestaciones), aunque no todas las veces sale a la palestra pública, pues a veces los afectados aceptan mansamente este áspero trato y no acuden a las instancias superiores.
¡Le zumba el mango!
¿A quién se le ocurrió la triste decisión de que los clientes deben esperar fuera de las instalaciones del hotel, dígase lobby, al menos? En el caso que se trata, cuando un bebé de un año formaba parte del núcleo familiar que visitaba la instalación, con más razón aún, pero aunque así no fuera, los “ya casi huéspedes” deben ser acogidos y respetados como dictan las reglas de la hotelería en el mundo, y de las que Cuba no debe quedar exenta, lo mismo para visitantes del patio como foráneos.
¿Por qué los hoteles- y me consta que se hace en muchos más de los que se mencionan en el trabajo de mi colega- tienden a alistar habitaciones o las llamadas alas habitacionales, con la mayor perfección que puede lograrse en ellos para el turismo internacional y las menos privilegiadas son destinadas a los de la tierra, incluso no sólo en cuanto a características constructivas, sino en los insumos que en ellas se colocan para el disfrute de los clientes (minidosis, papel higiénico, entre otros)? Pagamos igual que lo hacen nuestros hermanos turistas internacionales y como tales, merecemos que se respete nuestro dinero, tal y como el Ministerio del Turismo en el país proclama que debe cumplirse en sus instalaciones.
¿Porqué ellos pueden extraer alimentos de los locales destinados a la alimentación y nosotros no? No queremos que nos dejen a nosotros, queremos que la regla sea equitativa.
Cuando hacemos el tremendo sacrificio que implica pagar una reserva para visitar una de las instalaciones turísticas de nuestro país, que sale inexplicablemente incluso mucho más cara cuando la hacemos nosotros aquí que cuando alguien reserva desde el extranjero, estamos pagando cada minuto, y cada segundo cuenta. Por tanto, no se entiende que  a la 1:53 pm el barman no sea capaz de satisfacer una necesidad expuesta por el cliente, sobre todo teniendo en cuenta que ese mismo barman de seguro muchas veces ha expresado que el cliente es su razón de ser… Y lo es. Si no existieran los clientes, él no tendría razón de existir. O como contó un visitante a un hotel en un polo turístico del oriente del país, que teniendo en cuenta que pagó por un TODO INCLUIDO pidió un whisky y el barman le respondió con una pregunta: ¿Whisky? ¿Tú eres escocés? Whisky toman los escoceses… Falta total de ética de ese trabajador del turismo.  
Encima, tenemos muchas veces que aguantar malas caras y/o comentarios desagradables de los que atienden los equipos náuticos, a razón de que “les toca” atendernos a nosotros y no al turista extranjero, del que esperan con el piquito abierto cualquier propina que saben es casi nula en nuestros casos.
Alberto carecía de conocimiento respecto a un refrán bastante popular: “Si quiere montar en coche, hable con el cochero, nunca con el caballo”… Le faltó dirigirse al cochero. Y por tanto, evidentemente, puede que los principales directivos de esa instalación, y de otras donde también ocurren hechos similares a estos, todos los días, digan que se están enterando de eso por estas notas.
 El segundo caso, Bien por los trabajadores del hotel Las Brisas de la propia playa Santa Lucía en el tratamiento a  Alberto Rodríguez y su familia; estos trabajadores cumplieron  como es debido con su  encargo social.




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