Esta
vez decidí dejar para mejor ocasión una pincelada acerca de aquella regalía denominada Ñapa, tan
usual en Cuba hace muchos años y que algunos todavía recuerdan u ofrecen, y
cedo su lugar a este tema que, de cuando en cuando nos muerde y por tanto,
merece nuestra más exquisita atención.
Quien
ahora lo aborda es el colega José Alejandro Rodríguez, quien forma con su sección Acuse
de recibo una suerte de binomio al estilo de Don Quijote-Rocinante en el duro
oficio de “desfacer entuertos”. Para ello, reproduzco íntegramente su columna
del rotativo Juventud Rebelde en este domingo.
Las dos caras
José Alejandro Rodríguez • acuse@juventudrebelde.cu
6 de Septiembre del 2015 0:21:28 CDT
6 de Septiembre del 2015 0:21:28 CDT
Dos familias
cubanas veranearon en hoteles diferentes de la playa Santa Lucía, en la
provincia de Camagüey, y tuvieron experiencias diametralmente opuestas, que
hacen pensar.
Alejandro
Pérez Carmenate (San Joaquín 263, edificio B, Apartamento 4, reparto la
Caridad, Camagüey), retornó de una estancia turística en el hotel Gran Club de
ese balneario, con una gran decepción por el trato recibido.
Cuenta que
al hacer la reservación, no había opción con transporte incluido, por lo cual
se trasladaron hasta allí por sus propios medios. Al llegar a las 11:00 a.m.,
la carpetera les dijo que la entrada era a las 2:00 p.m. Lo entendieron. Pero
también les comunicó que debían abandonar las áreas del hotel y esperar la hora
señalada fuera del mismo.
Como la
familia incluía un menor de solo un año, Alejandro pidió que al menos les
dejaran aguardar dentro del lobby. «La respuesta fue rotunda y fría: lo siento,
pero esas son las orientaciones». Solo la amabilidad de un miembro de la
seguridad del hotel les facilitó resguardarse del fuerte sol bajo un árbol del
parqueo.
Desde allí,
Alejandro pudo observar cómo clientes extranjeros llegaban y eran atendidos con
la mayor amabilidad, entre ellos una pareja de españoles de quienes conoció
después que su horario de entrada era similar al de su familia.
A las dos de
la tarde fueron a la carpeta. «Comenzó una charla sobre horarios y
limitaciones, precisa, y me percaté de que ese sermón de bienvenida era solo
para los cubanos. Al recibir las habitaciones seguían las diferencias. Las
mejores se concentran dentro del hotel y las otras en el exterior. A la mayoría
de los cubanos nos hospedaron en esta última área».
Para colmo,
acota, las habitaciones fueron entregadas a las 4 y 15 p.m. a la mayoría de los
huéspedes nacionales, pues aún no estaban listas a la hora de entrada a las
2:00 p.m.
Al margen de
que entre cubanos «hay huéspedes y huéspedes», en los dos días de estancia
Alejandro constató que, al pedir cualquier alimento en la cafetería, les
decían: ¡Tienen que comerlo aquí! «Y al salir del restaurante, añade, sientes
cómo te revisan con la vista, cual rayos x, para ver si sacas algo de allí.
Pero una pareja de jóvenes argentinos sustraía del restaurante aceite y vinagre
para prepararse, según me decían, ensaladas en la habitación».
El día de
salida, cuando era la 1:53 p.m., Alejandro solicitó un refresco y el barman le
dijo que ya no podía consumir. Al llegar a recogerlos el auto que habían
alquilado para que los llevara a casa, también tuvo tropiezos para que
permaneciera breve tiempo a la entrada del hotel, pues en ese instante llegaba
un ómnibus de Turismo y dice que casi tuvo que montarse con el carro andando.
«Quisiera se
reflexionara sobre mis palabras, llenas de frustración e impotencia», concluye.
El envés de
aquel episodio lo tuvieron Alberto Rodríguez y su familia (4ta. del Sur 8,
Reparto Sandino, Camagüey) en el Hotel Las Brisas de la propia playa Santa
Lucía. La familia quedó maravillada y agradecida por el servicio y la atención
que recibió. Y quiere hacer un reconocimiento público a ese colectivo
turístico.
Especialmente,
él desea individualizar sus argumentos, con personajes especiales que encontró
allí:
«Nos causó
admiración el trabajo de Cary, como la conocen todos. Ella lo mismo está en
cada mesa, preocupada por el servicio y por cómo se sienten los clientes, que
la ves en los bares, el café o la piscina, velando por la calidad de la
atención. Siempre con una sonrisa elegante y sencilla.
También
destaca la profesionalidad y calidez de Yaquelín, la dependienta que atiende
las mesas del ala izquierda.
«Para quedar
más impresionados, afirma, el 10 de julio, como era el cumpleaños de mi esposa,
nos sorprendieron con un cake para toda la familia y le cantaron feliz
cumpleaños. Nos sentimos en familia, ellos rodeando nuestra mesa y cantándole.
Nos hicieron sentir felices. No los olvidaremos. Muchas gracias», concluye
Alberto.
La primera de las situaciones planteadas (la decepción
de Alejandro Pérez Carmenate) no sólo merece nuestra repulsa, sino también
nuestra dura crítica porque duele, y lacera entre lo más profundo, porque se
produce de hermano a hermano, es una suerte
de xenofobia a la inversa.
También lastima por lo reiterativo, (que se dé por
satisfecho quien no haya sufrido nunca alguna
de estas manifestaciones), aunque no todas las veces sale a la palestra pública,
pues a veces los afectados aceptan mansamente este áspero trato y no acuden a
las instancias superiores.
¡Le
zumba el mango!
¿A
quién se le ocurrió la triste decisión de que los clientes deben esperar fuera
de las instalaciones del hotel, dígase lobby, al menos? En el caso que se
trata, cuando un bebé de un año formaba parte del núcleo familiar que visitaba
la instalación, con más razón aún, pero aunque así no fuera, los “ya casi
huéspedes” deben ser acogidos y respetados como dictan las reglas de la
hotelería en el mundo, y de las que Cuba no debe quedar exenta, lo mismo para
visitantes del patio como foráneos.
¿Por
qué los hoteles- y me consta que se hace en muchos más de los que se mencionan
en el trabajo de mi colega- tienden a alistar habitaciones o las llamadas alas
habitacionales, con la mayor perfección que puede lograrse en ellos para el
turismo internacional y las menos privilegiadas son destinadas a los de la tierra,
incluso no sólo en cuanto a características constructivas, sino en los insumos
que en ellas se colocan para el disfrute de los clientes (minidosis, papel
higiénico, entre otros)? Pagamos igual que lo hacen nuestros hermanos turistas
internacionales y como tales, merecemos que se respete nuestro dinero, tal y
como el Ministerio del Turismo en el país proclama que debe cumplirse en sus
instalaciones.
¿Porqué
ellos pueden extraer alimentos de los locales destinados a la alimentación y
nosotros no? No queremos que nos dejen a nosotros, queremos que la regla sea equitativa.
Cuando
hacemos el tremendo sacrificio que implica pagar una reserva para visitar una
de las instalaciones turísticas de nuestro país, que sale inexplicablemente incluso
mucho más cara cuando la hacemos nosotros aquí que cuando alguien reserva desde
el extranjero, estamos pagando cada minuto, y cada segundo cuenta. Por tanto,
no se entiende que a la 1:53 pm el
barman no sea capaz de satisfacer una necesidad expuesta por el cliente, sobre
todo teniendo en cuenta que ese mismo barman de seguro muchas veces ha
expresado que el cliente es su razón de ser… Y lo es. Si no existieran los
clientes, él no tendría razón de existir. O como contó un visitante a un hotel
en un polo turístico del oriente del país, que teniendo en cuenta que pagó por
un TODO INCLUIDO pidió un whisky y el barman le respondió con una pregunta: ¿Whisky?
¿Tú eres escocés? Whisky toman los escoceses… Falta total de ética de ese
trabajador del turismo.
Encima,
tenemos muchas veces que aguantar malas caras y/o comentarios desagradables de
los que atienden los equipos náuticos, a razón de que “les toca” atendernos a
nosotros y no al turista extranjero, del que esperan con el piquito abierto
cualquier propina que saben es casi nula en nuestros casos.
Alberto
carecía de conocimiento respecto a un refrán bastante popular: “Si quiere
montar en coche, hable con el cochero, nunca con el caballo”… Le faltó dirigirse
al cochero. Y por tanto, evidentemente, puede que los principales directivos de
esa instalación, y de otras donde también ocurren hechos similares a estos,
todos los días, digan que se están enterando de eso por estas notas.
El segundo caso, Bien por los trabajadores del
hotel Las Brisas de la propia playa Santa Lucía en el tratamiento a Alberto Rodríguez y su familia; estos trabajadores cumplieron
como es debido con su encargo social.
No hay comentarios :
Publicar un comentario