Me complace mucho escribir mi crónica, comentario o viñeta de los domingos a cuatro manos con Carmen Marta, mi esposa, hoy nos referiremos a una cuestión trascendental en el posterior desarrollo profesional de una persona y es la huella del primer jefe y su influencia en la formación laboral.
En
nuestras frecuentes conversaciones sobre este y otros temas relacionados recordamos
particularmente este asunto y como nos ha beneficiado siempre, porque jefes capaces nos dieron la
primera bienvenida.
“Me considero una gente cumplidora -opina
Carmen- capaz de renunciar a mucho de lo que me gusta para quedar bien con mi
trabajo, porque esto me hace sentir que quedo bien conmigo misma. Hago
responsables a mis padres y demás familiares de esta forma de actuar, pues
siempre me inculcaron el cumplimiento del deber como una de las características
ineludibles del ser humano íntegro. Sin embargo, no logro olvidar tampoco a mi
primera jefa, mujer, madre, ama de casa, y sin embargo, cabal. Era además, la
secretaria del núcleo del Partido en el centro, junto a muchas otras
actividades de esas que ´caen´ a quienes como ella ocupan tan alta
responsabilidad”.
En mi caso, jamás olvidaré la férrea disciplina de mi
padre quien quebrantaba mi sueño a las cinco de la mañana para que comprara un pan
de piquitos de excelente calidad y bajo precio, pero que yo odiaba, porque no me daba cuenta de que el viejo me estaba enfrentando a una práctica pre profesional
ante horarios y deberes.
Cuando tuve 20 años y me decidí a ser maestro
popular o emergente, una experimentada cincuentona, antes de enfrentarme al aula, me aconsejó estudiar mucho para que los alumnos aprendieran de alguien que sabía y no solo
se ceñía los programa de estudio
vigentes, “si lo haces siempre tendrás el respeto de tus discípulos y camaradas”.
Cuando comencé en firme a impartir clases mi jefa, Juana Concepción,
coincidentemente doble tocaya de mi
madre, una joven apasionada a los
deportes, y muy seria como jefa de
cátedra, me dio tan sabios consejos y
enseñanzas que devino fue catalizador de mi disciplina laboral y
como la veterana que antes aludiera me aconsejó que siempre tratara de ser el
mejor.
Me felicito por haber tenido tiempo de decir gracias a Juana, pues a Nerina no pude darlas.
Es vital el ejemplo del primer jefe para el
establecimiento de pautas en la vida laboral de los que se inician en el
mundo profesional. Esto permite dar
forma a la manera de pensar de los jóvenes y a las actitudes que asumirán
posteriormente.
Quienes pueden navegar en sus primeros años
junto a capitanes estrictos, cargados de muchos valores y principios respecto
al trabajo, y rectos en el cumplimiento de los horarios y normativas
existentes, con más facilidad asumirán actitudes iguales en su vida laboral
futura, convirtiéndose en trabajadores proactivos y con cualidades positivas,
de mucha responsabilidad.
Ese primer jefe debería ser siempre un alto
conocedor de la actividad en la que se desenvuelve, un comprometido con la
tarea a cumplir, coherente entre el discurso y la acción, capaz de ser ejemplo
para todos y, en especial, para los que empiezan. Lo contrario traería como
resultado, además de la desmotivación, daño a los trabajadores y a la propia
empresa, escuela, institución.
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