Es inestimable poder “escuchar” el silencio. En la música
tiene tanta importancia como los sonidos, las melodías.
El sonido del
silencio, una popular composición de los músicos
norteamericanos Simon y Garfunkel, rinde homenaje a esta categoría en una
composición tal que conmovió al mundo del espectáculo a mediados de la década
de los años 60 del pasado siglo y aún lo sigue haciendo.
Hay personas que lo requieren para su concentración
intelectual e incluso espiritual, porque de lo contrario es como si les
amputaran la creatividad; otras pueden ensimismarse en su tarea aunque a su
lado estallen obuses.
Cuando se está solo en un bosque la quietud sobrecoge, y
entonces, en cambio, uno debe distraerse con el más mínimo gorjeo de una
avecilla para impedir la opresión en el pecho.
Por eso, su enemigo mortal es el ruido, como esos bocinazos en
plena madrugada que pudieran despertar a un muerto, o ese hablar a todo pulmón
en plena calle, o el llegar de una alegre juerga que se hace amarga para
quienes prefieren descansar y los sobresalta el vocerío.
Pero donde más importante puede ser el silencio es en las salas
de los hospitales; allí los pacientes necesitan el descanso consustancial a la
terapéutica y, más aún, si están aquejados de algún desorden nervioso.
Cómo un acompañante en ciertas horas de la madrugada puede
acordarse de algún suceso divertido y contarlo a viva voz y han de ser los
propios pacientes quienes le llamen la atención con el consabido y muchas veces
impactante ¡Shhhh!
No es regla, aunque sí excepción, pero de todos modos
criticable, que a veces el propio personal que atiende las salas no llame la
atención sobre el particular, o inconscientemente, se suman a la charla a altos decibeles.
Los ruidos evitables también impactan en el tímpano: un
instrumento que cae al piso (manipular con más cuidado), el arrastrar mesas y sillas para su traslado, una llave de agua
borboteando, el chirrido de algunos de los carritos auxiliares… pueden ser muy
molestos.
Si llenamos todas las
salas y pasillos hospitalarios con una carita de índice levantado pidiendo hablar en voz baja, actuemos en consecuencia,
no dejemos solo al mensaje gráfico.
Parto de aquella vieja aseveración: no hagas a otros lo que no
quieres que te hagan”, porque a veces nos sentimos ofendidos cuando nos
molestan, pero cuando todo pasa y nos toca el turno, nos trocamos en ofensores.
El silencio es una joya, no la empañemos, porque solo cuando la
perdemos sabemos su importancia.
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