Durante
mucho tiempo el cocotero, con altura de un edificio de cuatro pisos, se irguió
porfiado en una hendidura entre construcciones precarias, amenazaba paredes
perimetrales y los techos de las casuchas,
pues cada vez que un coco se deprendía del tallo, había que correr a reparar la avería.
Llevaba
más de dos décadas de porfía, pero su origen corrigió un poco el camino de su
dueño, antes turbulento, borracho y
pendenciero, pero que acaso cansado de tantas detenciones por alterar el
orden público, aceptó por fin un trabajo como jardinero.
En
el vivero el hombre encontró al coloso y viceversa, se olvidó un poco de las “malas
juntamentas”, como decía su difunta madre y del ron a todas horas que enronquecía
su voz hasta alcanzar la categoría de rebuzno y entonces era que se le ponía
sabrosa para insultar a sus hermanas.
También
fue que del más allá recibió un aviso, una de las grandes intoxicaciones lo
puso al borde de “mudarse para Honduras” como los jodedores llaman ahora a
morirse.
A
su cuidado, el cocotero desafió miles de rayos, los vientos huracanados y las
pedradas de muchachos que provocaban airados responsos de la hermana del dueño
del cocotero muy parecidos a los de Mamá Dolores cuando reprende a Elpidio Valdés:
“Parate ahí, condenao!”, pero no para acostarlos en una hamaca, como la anciana
haría con el héroe salido del pincel de Juan Padrón, sino para medirles las
costillas a los chicos con un palo.
Este
domingo, una brigada de la empresa de Servicios comunales mediante un diestro
escalador comenzó a despeinar y cortar la melena a la planta, a amputar sus
frutos; aun a pesar de las hormiguitas que ahora llaman cuarentiñas, por el tiempo que dejan su escozor, lástima que
para ese entonces yo no tenía la cámara a mano.
Cuando
el tronco quedó pelado, tajos maestros
de motosierra cortaron por la mitad al ex coloso y otros más cortos fabricaron carreteles de
medio metro hasta que de aquella palmera
(Cocos nucifera) de la familia Arecaceae solo quedó el recuerdo y una inusual
claridad en el horizonte.
Caía
uno más de los miles de gigantes (junto a las palmas reales) que han sido
sacrificados, solamente en la actual provincia de Granma, junto a bos ques
enteros para montar tierras de cultivo
que ahora ni siquiera alcanzan todo su potencial
productivo.
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