Siempre
tuve gran afición por cocinar al aire libre. Me encantaba freír chicharrones,
asar carnes o pescados en parrilla y también plátanos y boniatos entre las brasas para arraigar en
mis hijas el amor por esas tradiciones de las cocinas mambisa y campesina que heredé
de mis abuelos.
Pero
entre 1991 y 1995 le perdí bastante el
amor a esa práctica a fuerza de tenerlo que hacer por obligación, es más, me
hastié de cocinar con leña durante el llamado período especial.
En
ese entonces sometía a la tortura del fuego a tencas y tilapias, previamente
curadas con leche y después sazonadas con lo que aparecía; un día no hubo leche sola y hube de apelar al café
con leche no consumido por mis hijas pequeñas, Conchi y Carmen Luisa; esta última invitó a su abuela: “Mimi, ven: hoy
el pescado sabe a jamón”, con una desencaminada confusión de sabores.
Después,
afortunadamente, vino la era eléctrica con sus ollas arroceras y las que
ablandaban frijoles y cárnicos sin perder mucho líquido pero que para muchos
fueron efímeras; y hubo un alivio en el
duro arte de cocer los alimentos, porque a decir verdad es mejor que el arroz “se
haga solo” o las carnes y frijoles “se derritan” con la presión y la tecnología.
Pasaron
muchas primaveras, en 2012 nació en La Habana, Alejandro, mi tercer nieto, de
allá traje una hornilla de carbón que durmió en el silencio de un tanque hasta
que otro Alejandro, mi tercer yerno (esto casi parece una dinastía) la despertó
del letargo con un trípode forjado por su amigo Niñón, un taekwandoca que conjuga
la docencia con la herrería.
Un
antecedente fue una parrilla armada a partir de llanta de bicicleta que tuvo su estreno con sendas
piernitas de macho, como decimos en oriente el 24 y 31 de diciembre del año
pasado.
Ahora
la hornilla preside tardes de ajiacos, chicharrones o asados hechos a dúo entre
Ale el viejo y yo o a seis manos cuando podemos incluir a Mario, el yerno
habanero, aunque en honor a la verdad ellos llevan la parte más pesada.
Especialmente
al atardecer se han tertulias familiares con invitados especiales como mi hija
mayor Ariadna y su hijo Manolito tan
enemigo de otras comidas, pero apasionado confeso de la piel del cerdo frita.
Generalmente
se nos hace de noche, cuando no llueve, pero si esto ocurre tapamos el cocina´o
de la azotea y no nos damos por vencidos, porque creo haber impregnado en quienes
me rodean ese gusto por las llamas del carbón o su rescoldo en plena oscuridad.
Sazonan
los encuentros historias diversas especialmente las electrizantes de mi nieta
Ariadna o las jocosas en las que Carmen Luisa escoge personajes de hablar rudo
como los carreteros para deleitarse con sus palabrotas.
Nos
regocijamos cuando Carmen, mi esposa, sube venciendo su alergia al humo, aunque ya le he
bajado un anticipo de lo que será la cena.
Baste
decir que sintonizamos todos los programas que sobre cocina ofrecen los
diversos canales televisivos aun cuando
no siempre podamos poner en práctica sus enseñanzas.
1 comentario :
Un saludo a todos. Imagino lo bueno que quedaro esos chicharrones. Dentro de poco vamos a probar con un buen gordo para chicharrones pero que tenga un buen trozo de masa pegado para que quede mejor, jejeje.
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