domingo, 16 de agosto de 2015

Chicharrones



Siempre tuve gran afición por cocinar al aire libre. Me encantaba freír chicharrones, asar carnes o pescados en parrilla y también plátanos y boniatos entre las brasas para arraigar en mis hijas el amor por esas tradiciones  de las cocinas mambisa y campesina que heredé de mis abuelos.
Pero entre 1991  y 1995 le perdí bastante el amor a esa práctica a fuerza de tenerlo que hacer por obligación, es más, me hastié de cocinar con leña durante el llamado período especial.
En ese entonces sometía a la tortura del fuego a tencas y tilapias, previamente curadas con leche y después sazonadas con lo que aparecía; un día  no hubo leche sola y hube de apelar al café con leche no consumido por mis hijas pequeñas, Conchi y Carmen Luisa;  esta última invitó a su abuela: “Mimi, ven: hoy el pescado sabe a jamón”, con una desencaminada confusión de sabores.
Después, afortunadamente, vino la era eléctrica con sus ollas arroceras y las que ablandaban frijoles y cárnicos sin perder mucho líquido pero que para muchos fueron efímeras; y hubo un alivio  en el duro arte de cocer los alimentos, porque a decir verdad es mejor que el arroz “se haga solo” o las carnes y frijoles “se derritan” con la presión y la tecnología.
Pasaron muchas primaveras, en 2012 nació en La Habana, Alejandro, mi tercer nieto, de allá traje una hornilla de carbón que durmió en el silencio de un tanque hasta que otro Alejandro, mi tercer yerno (esto casi parece una dinastía) la despertó del letargo con un trípode forjado por su amigo Niñón, un taekwandoca que conjuga la docencia con la herrería.
Un antecedente fue una parrilla armada a partir de  llanta de bicicleta que tuvo su estreno con sendas piernitas de macho, como decimos en oriente el 24 y 31 de diciembre del año pasado.
Ahora la hornilla preside tardes de ajiacos, chicharrones o asados hechos a dúo entre Ale el viejo y yo o a seis manos cuando podemos incluir a Mario, el yerno habanero, aunque en honor a la verdad ellos llevan la parte más pesada.
Especialmente al atardecer se han tertulias familiares con invitados especiales como mi hija mayor  Ariadna y su hijo Manolito tan enemigo de otras comidas, pero apasionado confeso de la piel del cerdo frita.
Generalmente se nos hace de noche, cuando no llueve, pero si esto ocurre tapamos el cocina´o de la azotea y no nos damos por vencidos, porque creo haber impregnado en quienes me rodean ese gusto por las llamas del carbón o su rescoldo en plena oscuridad.
Sazonan los encuentros historias diversas especialmente las electrizantes de mi nieta Ariadna o las jocosas en las que Carmen Luisa escoge personajes de hablar rudo como los carreteros para deleitarse con sus palabrotas.
Nos regocijamos cuando Carmen, mi esposa, sube  venciendo su alergia al humo, aunque ya le he bajado un anticipo de lo que será la cena.
Baste decir que sintonizamos todos los programas que sobre cocina ofrecen los diversos canales  televisivos aun cuando no siempre podamos poner en práctica sus enseñanzas.

1 comentario :

Anónimo dijo...

Un saludo a todos. Imagino lo bueno que quedaro esos chicharrones. Dentro de poco vamos a probar con un buen gordo para chicharrones pero que tenga un buen trozo de masa pegado para que quede mejor, jejeje.