Hoy
es domingo de carnaval. Me siento desarticulado y, gracias a Dios, no es por
ninguna enfermedad ósea, todo lo contrario: mucha alegría y remandingo, pero de
otros, aunque repercuten en mi mujer y en mí.
La
víspera, Carmen, mi esposa, y yo la dedicamos a montar a nuestro tercer nieto (el
habanerito y casi triañero Alejandro) -como él decía- en los “aparates” de los
cuentapropistas y además del cansancio y cierto mareo lógico de ese ejercicio,
salimos con el bolsillo estrujado.
Esto
merece un aparte: los equipos particulares reciben continuo mantenimiento y
pintura, sabemos que han de pagar espacio, corriente eléctrica y la licencia
correspondiente, pero de ahí a tres pesos cada vuelta de un carrusel o
cualquier otro equipo va un trecho larguísimo, sobre todo en una provincia cuyo
salario promedio no es alto, ¡conciencia, amigos!
A
pesar de mi actual aversión a la grasa saturada (problemas de la edad y una
vesícula biliar defectuosa), almorzamos en un quiosco una riquísima muestra de
la cocina criolla y llegamos a la casa pasadas las dos de la tarde… ¡es el
descanso! Pensé, pero qué equivocado estaba.
Alrededor
de las cuatro, con una cañona poética me convidaron a ver los paseos de
carrozas y comparsas esta vez acompañando también a Diego, el nieto con una antigüedad de nueve meses.
A
tres cuadras de la casa se originan los paseos. Carmen y Ale, acreditados junto
a Conchi y Carmen Luisa, mis dos hijas menores, entre los más cumbancheros de
la familia, velaban las congas y se metían entre el tumulto arrollando como
cubanos rellollos, una, dos, tres, cinco, seis veces cada vez que una comparsa
pasaba.
Incluso
Ale, aun sin cumplir los tres años, junto al coro de congueros alentaba a la
fea costumbre, nacida hace pocos años, de arrojar agua a los fiesteros: “Ella
lo que quiere es agua, ¡tírale!,
¡tírale!”
A mí,
como zurdo de los dos pies, me tocaba cuidar a Diego, muy orondo en su
cochecito, solo lo cargaba para ver los muñecones, que le gustaron mucho y
hasta posó junto a ellos… cuando el sopor del atardecer empezó a ponerles
pesados los párpados pasó la primera carroza, toda luz, belleza y buen gusto,
como el resto de ellas.
Al
ver las hermosas muchachas, Diego se desveló y tuve que raspármelo cargado dos
horas y pico o tres.
Nubes
negras presagiaban lluvia… regresamos a las ocho de la noche… palangana para
Diego y ducha para el resto, ellos se durmieron y Carmen y yo nos dedicamos a
esperar a Conchi, Luisa y Alejandro, el esposo de esta, que habían ido a un área
denominada El Bosque, para disfrutar de las interpretaciones de Juan Guillermo,
más conocido por JG, y su grupo, quien despreció un inoportuno apagón y siguió descargando hasta que la voz se lo
permitió.
A
medianoche caímos abstemios y rendidos por una televisión insufrible, como
suele estarlo en las noches de fin de semana.
Hoy
es domingo de carnaval y aunque desarticulado, a mi manera, he disfrutado un
mundo del carnaval Bayamo 2015, pero no me resisto a evocar, por lo vigente, lo
que escribí el año pasado:
Rostros del carnaval
Aunque
no sea devoto de ella, esa fiesta popular tiene una faz agradable presidida por
la alegría, las risas, encuentros felices o desafortunados, y es preciso añadir
que la música bronca de los tambores o aguda de la trompeta china convoca desde
congas y carrozas, como también desde
carpas u otros espacios.
Quienes
están lejos, y pueden, llegan desde distintos puntos de Cuba o del mundo; los
menos dichosos, repasan el almanaque con miradas envidiosas y añorantes,
pues piensan en sus coterráneos inmersos
en el bullicio, en la abigarrada escenografía de quioscos, carpas, cabarés o
simplemente una plataforma en lo más
alto de una plaza.
Saben
que esos afortunados gozan, sudan, tropiezan o se empapan en los inevitables y
tradicionales aguaceros…
Esa
es la cara radiante, y entre sus adeptos están quienes disfrutan tanto que
pueden olvidar los mandados en la bodega
o de dar una vuelta por el hogar, aun
cuando la esposa le ponga el mote de
Festivaldo, por ser émulo de Gozón y él le riposte con el apodo
Carifesta, no en alusión a las fiestas del Caribe, sino porque a ella le
encanta “dárselo” de la rubia cerveza y
bailar pegadita a la tarima al estilo de Yumurí y sus hermanos.
Pero
la celebración tiene también un rostro poco cordial, armado de tantos matices
que quitarían las ganas, valga que la mayor parte de los fiesteros los pasa por
alto y solo cuando termina el “fetecún” piensan en los inconvenientes como algo
muy lejano.
Los
enemigos de los baños colocados en
ciertas esquinas o de los ecológicos con
sus risibles listados de precios dignos de figurar en El cartel del minuto: Orine,
un peso; otros 5 pesos; hacen sus necesidades en cualquier parte contaminando
el ambiente y las suelas de los pasados de tragos los cuales no siempre pueden
sortear esos “otros”.
Los
habitantes en calles un tanto apartadas de la juerga deben lidiar con mujeres y
hombres que impúdicamente “dan del cuerpo” en cualquier sitio, eso es propio de
animales irracionales.
Es
censurable, también, el quiosquero que
quiere “darle” al comprador de cerveza a granel a pesar del listado de
precios circulado de modo profuso y con
bastante antelación.
O
esos cables de alimentación de quioscos,
regados por el pavimento como arañas eléctricas que por ejemplo el
viernes, tras un fuerte aguacero alarmaron a los visitantes de un segmento de
la concurrida calle Zenea ¡Cuidado! Esa desidia ha cobrado vidas en otras ocasiones.
Y
qué decir de inescrupulosos que hacen
caso omiso de las advertencias y portan “guilla´o” armas blancas o contundentes
o descamisados gritan improperios, y
después se ofenden si alguna autoridad
les censura o reprime.
Quienes
arrojan basura de modo inmisericorde, es obvio que no pueden estar en los
zapatos de otros y si dependiera de este comentarista los pondría en el
calzado de los trabajadores de Comunales
que cada madrugada deben mover toneladas de basura, en pos de una ciudad limpia, así tomarían conciencia probando
de su propia medicina.
Con
todo, es preferible pensar en la faz agradable del carnaval, hablando de
ello, ya escucho cueros y cencerros.
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