domingo, 9 de agosto de 2015

Carnaval familiar



Hoy es domingo de carnaval. Me siento desarticulado y, gracias a Dios, no es por ninguna enfermedad ósea, todo lo contrario: mucha alegría y remandingo, pero de otros, aunque repercuten en mi mujer y en mí.
La víspera, Carmen, mi esposa, y yo la dedicamos a montar a nuestro tercer nieto (el habanerito y casi triañero Alejandro) -como él decía- en los “aparates” de los cuentapropistas y además del cansancio y cierto mareo lógico de ese ejercicio, salimos con el bolsillo estrujado.
Esto merece un aparte: los equipos particulares reciben continuo mantenimiento y pintura, sabemos que han de pagar espacio, corriente eléctrica y la licencia correspondiente, pero de ahí a tres pesos cada vuelta de un carrusel o cualquier otro equipo va un trecho larguísimo, sobre todo en una provincia cuyo salario promedio no es alto, ¡conciencia, amigos!
A pesar de mi actual aversión a la grasa saturada (problemas de la edad y una vesícula biliar defectuosa), almorzamos en un quiosco una riquísima muestra de la cocina criolla y llegamos a la casa pasadas las dos de la tarde… ¡es el descanso! Pensé, pero qué equivocado estaba.
Alrededor de las cuatro, con una cañona poética me convidaron a ver los paseos de carrozas y comparsas esta vez acompañando también a Diego, el  nieto con una antigüedad de nueve meses.
A tres cuadras de la casa se originan los paseos. Carmen y Ale, acreditados junto a Conchi y Carmen Luisa, mis dos hijas menores, entre los más cumbancheros de la familia, velaban las congas y se metían entre el tumulto arrollando como cubanos rellollos, una, dos, tres, cinco, seis veces cada vez que una comparsa pasaba.
Incluso Ale, aun sin cumplir los tres años, junto al coro de congueros alentaba a la fea costumbre, nacida hace pocos años, de arrojar agua a los fiesteros: “Ella lo que quiere es agua,  ¡tírale!, ¡tírale!”
A mí, como zurdo de los dos pies, me tocaba cuidar a Diego, muy orondo en su cochecito, solo lo cargaba para ver los muñecones, que le gustaron mucho y hasta posó junto a ellos… cuando el sopor del atardecer  empezó a ponerles pesados los párpados pasó la primera carroza, toda luz, belleza y buen gusto, como el resto de ellas.
Al ver las hermosas muchachas, Diego se desveló y tuve que raspármelo cargado dos horas y pico o tres.

Nubes negras presagiaban lluvia… regresamos a las ocho de la noche… palangana para Diego y ducha para el resto, ellos se durmieron y Carmen y yo nos dedicamos a esperar a Conchi, Luisa y Alejandro, el esposo de esta, que habían ido a un área denominada El Bosque, para disfrutar de las interpretaciones de Juan Guillermo, más conocido por JG, y su grupo, quien despreció un inoportuno apagón  y siguió descargando hasta que la voz se lo permitió.
A medianoche caímos abstemios y rendidos por una televisión insufrible, como suele estarlo en las noches de fin de semana.
Hoy es domingo de carnaval y aunque desarticulado, a mi manera, he disfrutado un mundo del carnaval Bayamo 2015, pero no me resisto a evocar, por lo vigente, lo que escribí el año pasado:
Rostros  del carnaval                                                                                                      
Aunque no sea devoto de ella, esa fiesta popular tiene una faz agradable presidida por la alegría, las risas, encuentros felices o desafortunados, y es preciso añadir que la música bronca de los tambores o aguda de la trompeta china convoca desde congas y carrozas, como también desde  carpas u otros espacios.
Quienes están lejos, y pueden, llegan desde distintos puntos de Cuba o del mundo; los menos dichosos, repasan el almanaque con miradas envidiosas y añorantes, pues  piensan en sus coterráneos inmersos en el bullicio, en la abigarrada escenografía de quioscos, carpas, cabarés o simplemente una plataforma en lo  más alto de una plaza.
Saben que esos afortunados gozan, sudan, tropiezan o se empapan en los inevitables y tradicionales aguaceros…
Esa es la cara radiante, y entre sus adeptos están quienes disfrutan tanto que pueden  olvidar los mandados en la bodega o de dar una  vuelta por el hogar, aun cuando  la esposa le ponga el mote de Festivaldo, por ser émulo de Gozón y él le riposte  con el apodo  Carifesta, no en alusión a las fiestas del Caribe, sino porque a ella le encanta “dárselo” de la rubia  cerveza y bailar pegadita a la tarima al estilo de Yumurí y sus hermanos.
Pero la celebración tiene también un rostro poco cordial, armado de tantos matices que quitarían las ganas, valga que la mayor parte de los fiesteros los pasa por alto y solo cuando termina el “fetecún” piensan en los inconvenientes como algo muy  lejano.
Los enemigos  de los baños colocados en ciertas  esquinas o de los ecológicos con sus risibles listados de precios dignos de figurar en El cartel del minuto: Orine, un peso; otros 5 pesos; hacen sus necesidades en cualquier parte contaminando el ambiente y las suelas de los pasados de tragos los cuales no siempre pueden sortear esos “otros”.
Los habitantes en calles un tanto apartadas de la juerga deben lidiar con mujeres y hombres que impúdicamente “dan del cuerpo” en cualquier sitio, eso es propio de animales irracionales.
Es censurable, también, el quiosquero que  quiere “darle” al comprador de cerveza a granel a pesar del listado de precios circulado de modo profuso y  con bastante  antelación.
O esos cables de alimentación de quioscos,  regados por el pavimento como arañas eléctricas que por ejemplo el viernes, tras un fuerte aguacero alarmaron a los visitantes de un segmento de la concurrida calle Zenea ¡Cuidado! Esa desidia ha cobrado vidas en otras ocasiones.
Y qué decir de   inescrupulosos que hacen caso omiso de las advertencias y portan “guilla´o” armas blancas o contundentes o descamisados gritan  improperios, y después se ofenden si alguna autoridad  les censura o reprime.
Quienes arrojan basura de modo inmisericorde, es obvio que no pueden estar en los zapatos de otros y si dependiera de este comentarista los pondría en el calzado  de los trabajadores de Comunales que cada madrugada deben mover toneladas de basura, en pos de una ciudad  limpia, así tomarían conciencia  probando  de su propia medicina.
Con todo, es preferible pensar en la faz agradable del carnaval, hablando de ello,  ya escucho  cueros y cencerros.



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