domingo, 19 de julio de 2015

Jamoneros



Los jamoneros (no fabrican jamón sino quieren siempre coger mangos bajitos) arribaron a Cuba a bordo de las carabelas junto a Colón, pues los recursos humanos traídos por el “Gran Almirante”, salvo excepciones,  eran de lo peor si tenemos en cuenta su reclutamiento entre presidiarios y asiduos a burdeles y bajos fondos.
Con los tiempos fue evolucionando, mejor dicho involucionando y con sorprendente capacidad mimética se adapta a todo y a todos.
Es una suerte de tramposo de amplio espectro: lo mismo “tumba” a un ingenuo, o  como Chacumbele cae  él mismo víctima del fraude por querer “llevársela toda” y precisamente de esta última  característica surge su calificativo.

Una de sus subdivisiones prolifera  en las colas: siempre encuentra a un socio que le haga la pala para poder pasar delante.
No le importa si la fila se eterniza en una gestión de trámites… nuestro hombre (o mujer) dice o manda a decir: “Voy a preguntar algo”, hasta que quienes aguardan, estupefactos, comprueban que el individuo ya hizo su diligencia, sin el costo adicional de una larga  espera.
Si el evento acontece en una consulta médica, el susodicho va tocando a uno y otro profesional  amigo, para ser colado  en buena lid y pasar delante, no importa si de niños o de ancianos, lo primordial es salir primero.
Nuestro personaje es esencia y resumen del egoísmo, para él no existen obstáculos reguladores de ese deseo de prevalecer y peor aún: hace una fría ostentación de ello cuando logra su propósito.
Repasando las historias de los pícaros de la literatura española y universal  cualquiera descubre el tronco común de aquellas, con este ramaje criollo, pues parece decir a cada paso: “Yo, yo, yo, yo…. ¡Y los demás, qué se hundan!
Esto me hace recordar a un vendedor ambulante que voceaba su mercancía con  singular estribillo: “Agarra, anda, jamonero, ven”, invitando al cliente a disfrutar sus golosinas.
En el caso aludido ocurre todo lo contrario: quienes lo rodean sienten aversión, a veces sorda y callada, pero esa no es la cura, el remedio está en hacérselo notar, que sienta el rechazo y los interesados e instituciones donde opera le cerremos el paso, pues si no tiene quien lo consienta, no existirá esa negación de lo bueno, definida como antihéroe.
Debemos cada uno de nosotros ser los primeros en frenarlo,  el invocarlo no debe implicar una invitación, todo lo contrario, hemos de conminarlo: “Jamonero, piérdete” porque nunca formará parte de nuestros referentes históricos y morales y, a la larga, como dijera nuestro Martí todos los pícaros son tontos.

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