Los jamoneros (no fabrican jamón sino quieren siempre coger mangos
bajitos) arribaron a Cuba a bordo de las carabelas junto a Colón, pues los
recursos humanos traídos por el “Gran Almirante”, salvo excepciones, eran de lo peor si tenemos en cuenta su reclutamiento
entre presidiarios y asiduos a burdeles y bajos fondos.
Con los tiempos fue evolucionando, mejor dicho involucionando y con
sorprendente capacidad mimética se adapta a todo y a todos.
Es una suerte de tramposo de amplio espectro: lo mismo “tumba” a un
ingenuo, o como Chacumbele cae él mismo víctima del fraude por querer
“llevársela toda” y precisamente de esta última característica surge su calificativo.
Una de sus subdivisiones prolifera
en las colas: siempre encuentra a un socio que le haga la pala para
poder pasar delante.
No le importa si la fila se eterniza en una gestión de trámites… nuestro
hombre (o mujer) dice o manda a decir: “Voy a preguntar algo”, hasta que quienes
aguardan, estupefactos, comprueban que el individuo ya hizo su
diligencia, sin el costo adicional de una larga
espera.
Si el evento acontece en una consulta médica, el susodicho va tocando a
uno y otro profesional amigo, para ser
colado en buena lid y pasar
delante, no importa si de niños o de ancianos, lo primordial es salir primero.
Nuestro personaje es esencia y resumen del egoísmo, para él no existen
obstáculos reguladores de ese deseo de prevalecer y peor aún: hace una fría
ostentación de ello cuando logra su propósito.
Repasando las historias de los pícaros de la literatura española y universal cualquiera descubre el tronco común de aquellas,
con este ramaje criollo, pues parece decir a cada paso: “Yo, yo, yo, yo…. ¡Y
los demás, qué se hundan!
Esto me hace recordar a un vendedor ambulante que voceaba su mercancía
con singular estribillo: “Agarra, anda,
jamonero, ven”, invitando al cliente a disfrutar sus golosinas.
En el caso aludido ocurre todo lo contrario: quienes lo rodean sienten aversión,
a veces sorda y callada, pero esa no es la cura, el remedio está en hacérselo
notar, que sienta el rechazo y los interesados e instituciones donde opera le cerremos
el paso, pues si no tiene quien lo consienta, no existirá esa negación de lo
bueno, definida como antihéroe.
Debemos cada uno de nosotros ser los primeros en frenarlo, el invocarlo no debe implicar una invitación,
todo lo contrario, hemos de conminarlo: “Jamonero, piérdete” porque nunca
formará parte de nuestros referentes históricos y morales y, a la larga, como
dijera nuestro Martí todos los pícaros son tontos.
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