Hace
muy poco, un distribuidor ambulante vendió el pan más caro de Cuba a un niño de
nueve años. El chico, sentado frente al ordenador, lo sintió vocear cuando pasó raudo en su bicicleta, pidió cinco pesos (así revenden el pan de 3, 50),
el padre desde la ducha, le invitó a tomarlos de la billetera;
el pequeño, sin cerciorarse, como suele suceder en esos casos, tomó cinco pesos
convertibles (cuc)… y los pagó al
vendedor, que siguió como un bólido “sin darse cuenta” de haber cobrado 125 pesos.
Reprimenda
al chico, “por tonto, mongo, imbécil”,
censura al vendedor por “descarado”, según afirmaba todo conocedor de la historia,
y alguien llegó a decir: “La honestidad ya no está de moda”.
Dos
historias de abrigos me tocan de cerca y son el primer desmentido a tal aseveración.
Una
madrugada debí salir temprano y aun cuando no hacía mucho frío supuse que después lo haría, me eché un suéter sobre los hombros, al llegar a mi destino ya había desaparecido.
Resolví
el asunto, volví sobre mis pasos; unos cuantos alcohólicos departían a la entrada de un
garaje, a unos cuantos metros de donde me encontraba, uno de ellos era un antiguo
camarada de juegos, se desentendió del grupo:” Yo vi cuando se te cayó el
abrigo, pero no me oíste”… y lo sacó de su mugrosa jaba con mil olores diferentes
y ninguno bueno, le agradecí, pues la venta hubiera representado varias botellas
de ron, mofuco o wafarina y algunos
bocados de mala comida; de más está decir que la prenda recibió varias lavadas para ser reutilizable.
En
marzo último, mi mujer y mi segunda hija caminaban por la calle 260 de San
Agustín, en la Lisa capitalina; iban cargadas de paquetes… un joven venía detrás a toda prisa para devolverles una costosa chaqueta que muy bien habría podido
usar él mismo.
Igualmente
ilustrativo resulta el gesto de una camarera del hotel Sierra Maestra, en
Bayamo, quien al limpiar la habitación de un huésped, asistente a un evento cultural
internacional, encontró una mochila con miles de pesos, en atención a su deber, la devolvió y llegó a las manos del cliente agradecido.
Muchos
podrán refutarme: “La actitud del panadero es la más parecida a la actualidad, otros apuntarán que ambos tipos de comportamientos están repartidos
por igual entre los seres humanos, y los más optimistas opinarán que hay más
personas íntegras que quienes no lo son.
Hay
mucha tela por donde cortar, pero a un tendero deshonesto, (seríamos ilusos si
dijéramos que no proliferan), se opone igual o mayor cantidad de sus camaradas
que son virtuosos y de esta savia es de la que debemos hacer beber a nuestros hijos y nietos, pues si no… ¿adónde iría a parar la sociedad?
Confío
en la integridad del ser humano, pero un
accionar de todos y pletórico de integralidad impedirá que la vergüenza se vaya de vacaciones.
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