domingo, 7 de junio de 2015

La honestidad no está de vacaciones



Hace muy poco, un distribuidor ambulante vendió el pan más caro de Cuba a un niño de nueve años. El chico, sentado frente al ordenador,  lo sintió vocear cuando pasó  raudo en su bicicleta,  pidió cinco pesos (así revenden el pan de 3, 50),  el padre  desde la ducha, le invitó a tomarlos de la billetera; el pequeño, sin cerciorarse, como suele suceder en esos casos, tomó cinco pesos convertibles (cuc)… y  los pagó al vendedor, que siguió como un bólido “sin darse cuenta” de  haber cobrado 125 pesos.
Reprimenda al chico, “por  tonto, mongo, imbécil”, censura al vendedor por “descarado”, según afirmaba todo conocedor de la historia, y alguien llegó a decir: “La honestidad ya no está de moda”.

Dos historias de abrigos  me tocan de cerca  y son el  primer desmentido a tal aseveración.
Una madrugada debí salir temprano y aun cuando  no hacía mucho frío supuse que  después lo haría, me eché un  suéter sobre los hombros,  al llegar a mi destino ya había desaparecido.
Resolví el asunto, volví sobre mis pasos; unos cuantos  alcohólicos departían a la entrada de un garaje, a unos cuantos metros de donde me encontraba, uno de ellos   era un antiguo camarada de juegos, se desentendió del grupo:” Yo vi cuando se te cayó el abrigo, pero no me oíste”… y lo sacó de su mugrosa jaba con mil olores diferentes y ninguno bueno, le agradecí, pues la venta hubiera representado varias botellas de ron, mofuco o wafarina y  algunos bocados de mala comida; de más está decir que  la prenda  recibió varias lavadas para  ser reutilizable.
En marzo último, mi mujer y mi segunda hija caminaban por la calle 260 de San Agustín, en la  Lisa capitalina;  iban cargadas de paquetes… un joven  venía detrás a toda prisa para devolverles una costosa chaqueta que muy bien habría podido usar él mismo.
Igualmente ilustrativo resulta el gesto de una camarera del hotel Sierra Maestra, en Bayamo, quien al limpiar la habitación de un huésped, asistente a un evento cultural internacional, encontró una mochila con miles de pesos, en atención a su  deber, la devolvió y llegó a las manos  del cliente agradecido.
Muchos podrán refutarme: “La actitud del panadero es la  más parecida a la actualidad, otros apuntarán que  ambos tipos de comportamientos están repartidos por igual entre los seres humanos, y los más optimistas opinarán que hay más personas íntegras que quienes no lo son.
Hay mucha tela por donde cortar, pero a un tendero deshonesto, (seríamos ilusos si dijéramos que no proliferan), se opone igual o mayor cantidad de sus camaradas que son virtuosos y de esta savia es de la que debemos hacer  beber a nuestros hijos y nietos, pues  si no… ¿adónde iría a parar la sociedad?
Confío en la integridad del ser humano,  pero un accionar de todos y pletórico de integralidad  impedirá que la vergüenza se vaya de vacaciones.

                                                                                        

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