domingo, 22 de marzo de 2015

El arduo ejercicio de cabalgar en madera


En Cuba llamamos al carrusel de modo genérico: los caballitos, esté dentro o fuera de un parque de diversiones.
Cada vez que he paseado a mis hijas, a mis nietos o a un sobrino político y termino en  el carrusel  o en diversos aparatos de un parque infantil, disfruto el momento aunque  bajar del ruedo sea una odisea porque me marea y el cansancio se vuelva aterrador al volver a casa.
Como es lógico, los recuerdos me llevan a mi infancia cuando los caballitos eran ubicados en un inmenso terreno cercano al ferrocarril, tan grande que a veces  confluían allí un circo y los aparatos de ese parque de diversiones portátil, sí…porque de acuerdo con  diversas festividades marchaban de pueblo en pueblo haciendo una zigzagueante vuelta a Cuba que llenaba de alegría a niños y adultos.
Entonces eran lo más lujosos posible de acuerdo con el bolsillo de los dueños, pero todos tenían dibujos alegóricos a la niñez y había espejos altos que doblaban la luminosidad de los bombillos incandescentes y la música era de un órgano cuyos timbales remarcaban la melodía y  los tiempos de parada  como en un aviso de última vuelta en una carrera de atletismo.
Después fueron nacionalizados y aquí quedaron los actuales  en un sitio nombrado precisamente así y como todo se democratizó, también ocurrió con esto cuando la entrada fue gratis y el parque se llenaba hasta el tope y había que hacer inmensas colas para dar una vuelta por lo que los niños se cansaban y muchas veces pedían regresar a casa después de disfrutar muy poco.
Fueron desapareciendo espejos y bombillos y la pintura se desvaía con los meses cuando el llamado período especial.
Más tarde, se retomó el cobro por un precio módico, la gente reaprendió a cuidar y aunque  no del todo, también se fue mejorando un poco la imagen y la innovación permitió dar de alta a  equipos casi dados por muertos, pero hasta ahora no han podido rescatar la estrella o los candados que en otros sitios también se llaman  rueda de la fortuna.
La música es otra, grabada, pero afortunadamente con temas   infantiles y ya eso es un logro.
Escribo estas línea con el cuerpo molido de montar a Alejandro (dos años y medio pero que pesa como la mano de un pilón y de cuidar a Diego mis nietos más pequeños (en alternancia con mi esposa) y paree que hoy me siento los 65 porque cada vez que debí subir  en peso al primero por la escalera de la  canal (tobogán) parecía estar practicando halterofilia.
De todos modos ir a los caballitos es un ejercicio para la mente y el espíritu y si ya hemos dejado adelantado el almuerzo solo nos resta ponchar la “arrocera” calentar lo calentable y descansar lo que queda del domingo.
Esos si los nietos, incansables, nos dejan.

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