domingo, 22 de febrero de 2015

Vocación



Hace 40 años, un agosto marcó un rumbo diferente en la vida de dos docentes granmenses entonces noveles: los experimentados Celina Rodríguez Arévalo y su camarada, Oscar Ortiz Blanco (hoy residente en Camagüey), quienes entonces iniciaron el trabajo comunitario con niños sordociegos que tiene excelentes continuadores.
Ya existía un aula con alumnos que padecían el Síndrome de Usher, pero la primera atendida por este dúo magisterial fue Sailin Peña Guerra, de Juana, en las montañas de Bartolomé Masó.
Recién ingresada en el hospital General Milanés, de Bayamo, estaba desnutrida, y con muestras visibles de deshidratación a causa de una enfermedad grave.
 “Comenzamos desde el propio hospital, ese verano inolvidable -evoca Celina-, pocos días después de haberla recibido cumplió los nueve años, no caminaba, su desarrollo de habilidades estaba en cero, por desconocimiento de Sergio, el padre y por otras causas ajenas a su voluntad.

“La recibimos en el colectivo pedagógico oficialmente el 23 de agosto de 1975, después de una ardua labor de convencimiento con Sergio acerca de las ventajas de la escuela; en ese momento yo era maestra auxiliar, y me dediqué solo a ella por ser el caso más crítico de sordoceguera”.
Ya en la escuela especial (Ernesto Che Guevara para sordos, ciegos, sordo-ciegos, y personas con baja visión) a los tres meses comenzó a dar sus primeros pasos, fue conmovedor, parecía increíble, pero triunfaron perseverancia y sistematicidad; al retornar a su hogar, a los 20 años, ya podía valerse por sí misma, el vínculo escuela-familia-comunidad aportaba un jugoso fruto.
Para ello hubo que vencer múltiples escollos e incomprensiones.
“En los pases, no había quien la recibiera, me acerqué a una tía residente en Las Mercedes y comenzó a hacerlo, yo me hospedaba en su casa, bañaba a Sailín, lavaba su ropita, la vestía y alimentaba, además lo dejaba todo preparado, para que la parienta la atendiera al día siguiente y “aprendiera haciendo”,  daba mis charlas educativas, conversábamos mucho y así fuimos socializando la tarea.
“Íbamos en camiones de Educación, o “por la libre”. Algo para mí imborrable es que al inicio el papá, separado de la madre y ambos enfermos, no podía acogerla, eso obligó a focalizar la atención en él.
“Sergio empezó a bajar  de Juana a Las Mercedes allí nos compenetramos, y contribuimos a disminuir su frustración pues, ya tenía ocho hijos, con familias propias y ahora no podía atender a la chica.
“Un día Alberto, mi esposo, (su incondicional colaborador, ya fallecido), me aconsejó escalar hasta Juana, llegamos a las cuatro de la tarde a Las Mercedes por rotura de la guagua. Subimos a pie con la niña pues ya el papá la esperaba; después lo haríamos infinidad de veces.
“La cargábamos por turnos, en las partes llanas la alentábamos a caminar un poquito; pasó un arriero, vecino del padre y se ofreció a llevarla, le tomamos los datos de identidad, llegamos a las ocho de la noche, Sergio la rodeaba de mucho cariño y empezó a atenderla en los pases; junto a mi esposo  yo la llevaba y recogía… entrenamos a Sergio al punto que se sintió parte de nuestro colectivo
“Le celebramos los 15 doblemente: en el complejo recreativo  Bayam y en Juana, allí acudió toda la comunidad, reunimos a todos los hermanos que no la conocían.
 “A veces el padre nos manda a buscar aunque  ella falleció, pero la tristeza no me ha permitido volver desde entonces y debo superar eso.
“Murió a la edad de 28 años, pero su calidad de vida creció  de manera enorme”, dice esta  multilaureada docente, quien no olvida el apoyo gubernamental, de Salud Pública, Educación y otras organizaciones e instituciones ni de otros colegas como Concepción Zaldívar, la cual dio continuidad al trabajo de Celina y es considerada madre-maestra de Sailin, quien a su vez supo ocupar para ella el lugar de una hija.
Este logro no es casual, responde al altruismo y sensibilidad extremos y a una vocación dulce y fuerte.
Desde el  yo íntimo de Sailín
“Aún desde esta burbuja de oscuridad y silencio percibo que estoy desfalleciendo… pero unas manos suaves me arropan con cariño.
“Voy mejorando, aquel  doble par de manos  que no olvido, vuelven a pulsar mis brazos como quien escribe en un pizarrón, se abre un hilillo de luz…
“Por el olor lo identifico a él, por sus espejuelos a ella, mediante el lenguaje mano sobre mano ya aprendí que ocupo este lugar en el espacio y conozco ya muchas de las cosas que me rodean; cuando toco los espejuelos sé que es Celina, el perfume –siempre usa el mismo- me revela a Oscar, creo que me voy abriendo al mundo como ellos me anunciaban.
“Cuando sentí por primera vez esas manos entrañables tenía nueve años; ahora tengo unos pocos más, aprendo y vivo en la escuela especial Ernesto Guevara y me relaciono con otros niños con discapacidad.
“Al comienzo apenas podía salir de pase: mi familia no estaba preparada, mi hogar paterno está en Juana, en la Sierra Maestra…mi padre enfermo, separado de mi madre también enferma, no sabía que hacer conmigo, mis ochos hermanos, mucho mayores que yo, no me conocían porque viven en lugares alejados de aquí.
“Celina es mi  madre-maestra junto a ella estaba siempre Alberto, el esposo  fallecido con quien compartió todo, incluso a mí.
“Durante un pase Celina viajó conmigo hasta la casa de mi tía en Las Mercedes, la instruyó como atenderme y para mí se abrió una parte del seno familiar; faltaba Sergio, mi padre cuando bajó a casa de mi tía fue adiestrado también para tenerme, cuidarme y amarme...
“A los tres meses de cumplir los nueve años di mis primeros pasos- como hacen los bebés- parecía increíble,  sentí el orgullo de Celina, Oscar, de todos los maestros.
Mi tía y papá ´aprendieron haciendo´, él comenzó a bajar de Juana a Las Mercedes con  regularidad, Celina, Alberto y yo íbamos desde Bayamo  en camiones de Educación, un día Celina me comunicó que iríamos hasta Juana; ellos como siempre me lo iban explicando todo: la guagua se rompió, llegamos a las cuatro de la tarde a Las Mercedes, pero iríamos a pie porque mi padre nos esperaba. En las partes más llanas ellos me alentaban a caminar; en las lomas me cargaban por turno, me dolía un poco el desgaste físico que sufrían, pero el amor les daba fuerzas.
“Me dijeron que un arriero, amigo de mi padre se ofreció a llevarme, le tomaron todos los datos de identidad; yo llegué antes, ellos a las ocho de la noche; sentí hondo en el corazón el cariño de mi  padre   y la alegría por mis progresos.
Celina me había dicho que lo entrenaría, después se convirtió en parte de la escuela  como un profesor auxiliar o algo así; logramos la mayor comunicación.
“Cuando por sus obligaciones y mi desarrollo Celina debió buscar quien me atendiera no pudo escoger  a nadie mejor que a la maestra Concepción Zaldívar que yo identificaba por Conchi y que se convirtió también  en educadora y mamá. “Como todas las muchachas de mi edad disfruté de mi fiesta de 15, en mi caso doblemente, por la escuela me la celebraron en el cabaret Bayam,  preparada por mis maestros y en mi casa en Juana y dicen que allí ningún vecino se la perdió; mi padre estaba muy contento y a esas alegrías  se sumó la de poder conocer a mis ocho hermanos.
“Al cumplir los 20 años volví definitivamente a mi casa, nadie es capaz de imaginar lo que puede aprender una persona sordociega cuando tiene maestros sabios y cariñosos, creo que soy una especie de triunfo de mi  sociedad, escuela, familia y barrio porque puedo valerme por mí misma y comunicarme, gracias a todos ellos.
“Voy a cumplir 29 años, otra vez me siento desfallecer, pero no importa, gracias a lo que antes explicaba he tenido una vida plena, las manos y dedos de mis familiares se alejan, casi no lios siento, pero a la vez me invade una dulzura infinita, comprendo que mi vida se apaga”.
Celina en la actualidad

Celina y su esposo Alberto en  Birán

Sailín demuestra inconformidad ante un ejercicio pedagógico con el cual no concuerda


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