domingo, 2 de noviembre de 2014

Bienvenida



El   viernes último, al atardecer, nació  Diego Alexander, mi cuarto nieto,  y como siempre que hay un niño nuevo, en este hogar todo es una locura, contando   los viajes durante varias veces al hospital, desde que  ingresaron a la madre, cuando entró    en trabajo de parto, las llamadas y preguntas de vecinos y amigos, hasta una especie de borrachera  colectiva que nos tiene un poco al borde de un sabroso colapso.
 Tan así es que  muchos conocidos  se aparecieron a las inmediaciones del salón de parto y desde allí vigilaron para que no los botaran hasta que Carmen Luisa y Diego llegaron a la sala., por eso fuimos unos cuanto quienes le dimos la bienvenida al mundo.

Ya hoy llegaron a la casa en el consabido bicitaxi, acompañados   por Carmen, la abuela,  y escoltados  el padre  con un conductor que sabía muy bien que llevaba una carga  preciosa y actuó con una prudencia ejemplar.
Imaginen la algarabía de los vecinos al saludar al nuevo vecino, después llegaron otros abuelos y tíos y el hombre ha seguido un plácido sueño, reparador del cansancio del trabajo de nacer, interrumpido solo para “dárselo” de leche maternizada a la espera de que su mamá sea justamente eso, cuando la savia nutricia  baje a sus pechos.
Diego Alexander es el cuarto nieto, mi esposa y yo lo celebramos por lo grande y la gente dice que eso se debe a que nació de la hija más pequeña, pero no es así: quienes me conocen saben que  mi larga descendencia, compuesta por tres hijas y cuatro nietos es para nosotros un tesoro inestimable.
Ya brindamos con el aliña’ o, una bebida tradicional en los nacimientos  casi exclusivamente  en el   Oriente cubano y que solo bebo tomo cuando nacen mis nietos. Brindemos por ellos.

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