Por su
claridad, omnipresencia -como aquella cualidad atribuida a los dioses para que pudieran estar en muchos
sitios a la vez- por su pluralidad y estar arraigándose en muchas estructuras de la
sociedad cubana actual como un insano costumbrismo, reproduzco el comentario
del colega José Alejandro Rodríguez titulado Regaños inocuos.
Las
amonestaciones andan por las pasarelas económicas y sociales del país. Son como
nalgaditas suaves, sacudiones de hombros o regaños al paso, para esos
«traviesos» que trastocan el orden, el rigor y la disciplina, sembrando la
impunidad y el descontrol. Leves tirones de oreja para que no lo vuelvas a
hacer, sobre todo cuando la charranada se revela públicamente en un medio de
prensa.
Ya privada o
pública, la amonestación como medida disciplinaria se concibió como alerta
ejemplarizante para el primerizo en quebrantamientos y entuertos; por aquello
de que la sanción también debe tener gradualidad de acuerdo al calibre de la
falta.
Pero cuando
el regaño se hace costumbre, pierde su filo y se convierte en formal manoseo de
normas y preceptos. Hace mucho tiempo que la amonestación extravió su fin
ejemplarizante y devino «piadosa» pasadita de mano en esos sitios donde las
cosas andan patas arriba.
Lo puedo
atestiguar con la experiencia de 16 años timoneando la sección Acuse de Recibo
de este diario: los lectores airean sus quejas en esta ventana democrática —abierta de par en par—, luego de quemar
sus naves allí donde se registra el problema, y más y más arriba, sin encontrar
una solución. Denuncian lo que está a ojos vista, lo que debiera segarse antes
de proliferar impunemente...
Y es
entonces cuando los responsables buscan el microscopio para diseccionar lo que
no vieron antes, o no se preocupaban por ver. Porque esos encerrados en sus
oficinas y perennemente reunidos, sin una retroalimentación en el terreno, son
responsables con su descontrol de que el mal perdure y se ramifique.
Ah, cuando
el asunto es vox pópuli, van a degüello, en el mejor de los casos a cortar la
visible mala hierba, aunque dejen la raíz. En ese momento expulsan a los
comisores directos. Y responden como si ya estuviera solucionado, sin tocar
apenas el nervio del asunto, que un buen día vuelve a hacer crisis.
Y mientras
despiden a responsables directos, muchas veces prodigan amortiguadas
amonestaciones a los superiores inmediatos, esos que debían haber atajado y
coartado a tiempo el agravio público. Y no se preguntan a sí mismos en qué
medida permitieron tales lances con su inobservancia, ni se piden cuentas por
ello.
Dudo mucho
de las «curas de caballo» intempestivas, al son de la revelación pública, si no
van acompañadas de una disección sistémica de lo que anda mal de raíz, y una
revisión de las estructuras y funciones, caiga quien caiga, y cambie lo que
haya que cambiar, fidelistamente hablando.
Al final,
preocupa más que esos desórdenes se registren en sitios donde, supuestamente,
las organizaciones políticas y de masas, incluyendo el sindicato, —la visión
civil y no administrativa de las cosas—, deben prever, velar y exigir por la
buena marcha de la gestión. Ello reafirma que esos supuestos agentes de control
terminaron en la complicidad o en el «mayordomeo» de las distorsiones, sin
ejercer su papel de contrapartida.
Y en tal
sentido, el socialismo cubano —lo he dicho otras veces— requiere de un
empoderamiento de las masas, en sus estructuras civiles y no oficiales, que les
permita trascender los roles de reafirmación y conjurar a tiempo las corrientes
de adormecimiento, burocratización, venalidad y corrupción, que son los
principales enemigos internos.
Dejémonos de
tantas nalgaditas, regaños y tirones de orejas cuando ya el mal anda haciendo
de las suyas. Y, sin extremismos ni bandazos, empecemos por exigirnos unos a
otros, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Lo que está en juego es la
democracia socialista y la Revolución, la credibilidad en las instituciones. Y
eso es algo muy serio, como para no adormilarse.
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