domingo, 3 de agosto de 2014

Los disfraces de María y Falco



Cuando el sexagenario que escribe estas líneas contaba con seis o siete años, junto a un grupo de camaradas esperaba con deleite la llegada del carnaval por los múltiples atractivos  que traía consigo,  en especial los disfraces.
Para adquirirlos había  vendedores ambulantes o puestos donde alquilaban los más sofisticados, pero por lo general los muchachos usábamos unos antifaces al estilo de el Llanero Solitario o del Zorro que solo resguardaban una parte del rostro.
Quienes se encubrían con más cuidado hablaban en  falsete para evitar ser reconocidos y eso era  conocido como “voz de disfraza´o”, este ocultamiento dio lugar a no pocas situaciones equívocas, los chivadores  hacían maldades pasaderas,  también algunas de muy mal gusto y en ocasiones algún malhechor utilizó el ambiente festivo del carnaval sus fechorías.

Pero lo más común era que las mujeres asumieran roles de hombre y viceversa, cuando ni por asomo se  hablaba de travestismo.
Conocí a dos personas  de probada heterosexualidad quienes con gracia y su poco de picante le ponían más alegría a nuestra zona del barrio bayamés de San Juan.
Ella era una anciana señora muy querida y madre de una amplia familia de comerciantes, trigueña, elegante con un pelo que debió ser muy negro, pero  ya blanco  era peinado en dos largas trenzas cubiertas para la ocasión con un sombrero mexicano y de ahí para abajo un atuendo muy parecido al de los mariachis, así recorría a San Juan llegaba a casa de sus amistades  y con sus historias chispeantes llenaba de risa  una de las tardes del carnaval.
Él era un fornido mulato, constructor creo, padre de varios hijos que en esos días vestía un disparatado vestido, ponía al aire sus  peludas canillas y con una pañoleta, espejuelos, colorete y creyón excesivos divertía a los parroquianos de  cualquier bar o bodega y daba su vuelta por los barrios en especial por el Callejón de la Bicicleta donde tenía muchísimos amigos, ¡ah! a veces calzaba tacones con la cambrera estropeada  o zapatos escolares con escarpines y se cubría con una destartalada sombrilla que era más adorno que quitasol.
Esos  eran  rostros amables del carnaval bayamés pero había otros como Doble Feo, convertido cada año en rey Momo.

No hay comentarios :