Cuando
el sexagenario que escribe estas líneas contaba con seis o siete años, junto a
un grupo de camaradas esperaba con deleite la llegada del carnaval por los
múltiples atractivos que traía consigo, en especial los disfraces.
Para
adquirirlos había vendedores ambulantes
o puestos donde alquilaban los más sofisticados, pero por lo general los muchachos
usábamos unos antifaces al estilo de el Llanero Solitario o del Zorro que solo resguardaban
una parte del rostro.
Quienes
se encubrían con más cuidado hablaban en falsete para evitar ser reconocidos y eso era conocido como “voz de disfraza´o”, este
ocultamiento dio lugar a no pocas situaciones equívocas, los chivadores hacían
maldades pasaderas, también algunas de
muy mal gusto y en ocasiones algún malhechor utilizó el ambiente festivo del
carnaval sus fechorías.
Pero
lo más común era que las mujeres asumieran roles de
hombre y viceversa, cuando ni por asomo se hablaba de travestismo.
Conocí
a dos personas de probada
heterosexualidad quienes con gracia y su poco de picante le ponían más alegría
a nuestra zona del barrio bayamés de San Juan.
Ella
era una anciana señora muy querida y madre de una amplia familia de
comerciantes, trigueña, elegante con un pelo que debió ser muy negro, pero ya blanco era peinado en dos largas trenzas cubiertas
para la ocasión con un sombrero mexicano y de ahí para abajo un atuendo muy
parecido al de los mariachis, así recorría a San Juan llegaba a casa de sus
amistades y con sus historias chispeantes
llenaba de risa una de las tardes del
carnaval.
Él
era un fornido mulato, constructor creo, padre de varios hijos que en esos días
vestía un disparatado vestido, ponía al aire sus peludas canillas y con una pañoleta,
espejuelos, colorete y creyón excesivos divertía a los parroquianos de cualquier bar o bodega y daba su vuelta por los
barrios en especial por el Callejón de la Bicicleta donde tenía muchísimos
amigos, ¡ah! a veces calzaba tacones con la cambrera estropeada o zapatos escolares con escarpines y se
cubría con una destartalada sombrilla que era más adorno que quitasol.
Esos
eran rostros amables del carnaval
bayamés pero había otros como Doble Feo, convertido cada año en rey Momo.
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