Pero,
con esa ductilidad que tenemos los criollos para adoptar modas y modos y que
nos obligan a renombrar a una perrita revoltosa con el nombre de Fátima, a un gripe
desarticuladora con el apelativo de Nazaré, o a unos pantalones de lycra como la
monumental Suelen, en alusión a villanas o pícaras menos violentas, o como copiamos
las modas del momento, surgió en aquella época el pelado Accatone muy en boga entre los jóvenes, usado incluso profesoras de menos edad, aquí en la ciudad Monumento nacional.
Yo
no lo adopté por varias razones: el
pelado precisaba un cabello lacio para
armar un cerquillito super corto, lo rizado
del mío, entradas prominentes, creo que algo de sentido
común y la férrea enemistad de mi padre contra las modas me lo impidieron.
Pero
mi amigo Máximo, con un cabello más duro
que el mío no creyó ni en María
Santísima y obligó a su barbero a ponerlo a tono con la novedad, “mató canallas” sábado y domingo en el parque (Plaza de la Revolución) hasta que llegó el
lunes a la secundaria José Antonio Saco y un jodedor que no recuerdo si era el
inefable Ángel Vázquez, autoapodado El Taqui ó
Yafa lo rebautizaron como Acatto,
más tarde Accato Pérez, que se
transformó en Alcato e incluso Gato por la madre de una de nuestras alumnas, años
más tarde.
Máximo
tuvo diversas y altas responsabilidades
en las direcciones provinciales de Educación y Cultura, pero con la sencillez
de siempre, aún responde con un efusivo “Dime,
hermano” siempre que alguien, incluso desde la acera opuesta, lo interpela con un cariñoso ¡Accato!
La
foto que acompaña estas líneas es de la campaña promocional de la película y
representa a Franco Citti quien diera
vida al proxeneta italiano.
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