domingo, 25 de mayo de 2014

El más crudo testimonio



Nuestro colega Rafael Martínez Arias  fue participante directo en la operación Carlota como corresponsal de guerra,   ostenta las medallas  50 aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Por la liberación de Angola, y de segunda categoría por cumplimiento de misión;   en la vida  civil atesora tres premios  anuales Bartolomé Martí  y dos  de periodismo de opinión Dania Casalí.
Tiene tal maestría para componer instantáneas que supo captar, incluso, la esencia del triste arte emanado de la guerra.
Todo comenzó en  la unidad fronteriza con la ilegal base de Guantánamo,   durante su Servicio Militar Obligatorio, cuando lo destinaron a evidenciar  las provocaciones  yanquis.
“Pasé el curso de fotorreportero de guerra en La Habana, ya  era corresponsal del periódico  militar El combatiente, pero realmente me gradué en Angola.
“Allá viajé con cinco compañeros para  graficar  los hechos en torno a una brigada de Lucha contra bandidos de las  Fuerzas armadas para la liberación de Angola (FAPLA ) y  asesores cubanos.
“Obstaculizábamos el paso de la logística enemiga  hacia una enorme base que tenía la Unita cerca de Moxico, ellos nos hostigaban de continuo, por eso a cada rato nos ‘engrenchábamos’ .
“Estaban bien armados, nosotros mejor,  había que fajarse a los tiros; yo nunca lo hice, pues mi deber era atrapar todo cuanto acontecía.
Así fui haciendo galerías  publicadas por el Journal de Angola, de acuerdo con  los intereses del medio de prensa.
“Reflejábamos  todo lo horrendo   como miembros arrancados de cuajo, cuerpos en descomposición, violencia, masacres, hambre, insectos, enfermedades, la esterilidad de la tierra…
 “O lo hermoso como la solidaridad, la asistencia de nuestros médicos, convertidos en magos, lo mismo para propios que para contrarios, la alta  moral combativa  cubana, su capacidad de adaptación, bravura, dominio a la perfección del oficio de soldado y  de la  magnífica técnica militar.
“Los angoleños también eran valientes. Capté  a un   artillero  con la cara desbaratada por una esquirla de mortero  quien   se mantuvo al pie de la batería,  hasta ser evacuado.
 “Hay momentos en la guerra en que debes guarecerte aunque pierdas una imagen valiosa porque el mando cubano  lo exige, otras veces no puedes tomarlas porque la cosa está candente.
“En cierta ocasión no pude retratar a un angoleño con los intestinos de fuera, porque las balas no me
dejaban y me lo reprocho, porque hubiera sido una confirmación de los horrores bélicos.
¿Añoranzas en el frente?
“El  gorrión, es ‘ de leña’: surgía  por  el recuerdo de lo que amamos, para combatirlo conversaba mucho, estudiaba fotografía, observaba el modo de vivir en ese hostil ambiente de guerra: nuestra cama era la selva.
“Después uno se va adaptando  a no bañarse, a combatir la sed de mil maneras, la pólvora da una sed terrible, hay animales e insectos dañinos, nos cuidábamos mucho para no enfermar o ser heridos, pues entonces hubiera sido una carga. Algo terrible es que no te llegaran cartas y tenías que coger las viejitas y releer, como tantas veces, hasta que volviera el helicóptero.
“Otra cuestión  dolorosa  fue comprobar el hambre que padecía la población civil y en especial los niños. Todo eso alimenta al gorrión. 
 “En conclusión: la fotografía es el más crudo argumento de lo interesante o bárbaro que encierran las guerras. Ahora, tantos años  después, sin falsa modestia,  me siento capacitado  para marchar adonde me manden”.

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