Nuestro colega Rafael Martínez Arias fue participante directo en la operación
Carlota como corresponsal de guerra,
ostenta las medallas 50
aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Por la liberación de
Angola, y de segunda categoría por cumplimiento de misión; en la vida
civil atesora tres premios
anuales Bartolomé Martí y dos de periodismo de opinión Dania Casalí.
Tiene tal maestría para componer
instantáneas que supo captar, incluso, la esencia del triste arte emanado de la
guerra.
Todo comenzó en la unidad fronteriza con la ilegal base de
Guantánamo, durante su Servicio Militar
Obligatorio, cuando lo destinaron a evidenciar
las provocaciones yanquis.
“Pasé el curso de fotorreportero de
guerra en La Habana, ya era corresponsal
del periódico militar El combatiente,
pero realmente me gradué en Angola.
“Allá viajé con cinco compañeros
para graficar los hechos en torno a una brigada de Lucha
contra bandidos de las Fuerzas armadas
para la liberación de Angola (FAPLA ) y
asesores cubanos.
“Obstaculizábamos el paso de la logística
enemiga hacia una enorme base que tenía
la Unita cerca de Moxico, ellos nos hostigaban de continuo, por eso a cada rato
nos ‘engrenchábamos’ .
“Estaban bien armados, nosotros
mejor, había que fajarse a los tiros; yo
nunca lo hice, pues mi deber era atrapar todo cuanto acontecía.
Así fui haciendo galerías publicadas por el Journal de Angola, de
acuerdo con los intereses del medio de
prensa.
“Reflejábamos todo lo horrendo como miembros arrancados de cuajo, cuerpos
en descomposición, violencia, masacres, hambre, insectos, enfermedades, la
esterilidad de la tierra…
“O
lo hermoso como la solidaridad, la asistencia de nuestros médicos, convertidos
en magos, lo mismo para propios que para contrarios, la alta moral combativa cubana, su capacidad de adaptación, bravura,
dominio a la perfección del oficio de soldado y
de la magnífica técnica militar.
“Los angoleños también eran valientes.
Capté a un artillero
con la cara desbaratada por una esquirla de mortero quien
se mantuvo al pie de la batería,
hasta ser evacuado.
“Hay momentos en la guerra en que debes
guarecerte aunque pierdas una imagen valiosa porque el mando cubano lo exige, otras veces no puedes tomarlas
porque la cosa está candente.
“En cierta ocasión no pude retratar a un
angoleño con los intestinos de fuera, porque las balas no me
dejaban y me lo
reprocho, porque hubiera sido una confirmación de los horrores bélicos.
¿Añoranzas
en el frente?
“El
gorrión, es ‘ de leña’: surgía
por el recuerdo de lo que amamos,
para combatirlo conversaba mucho, estudiaba fotografía, observaba el modo de
vivir en ese hostil ambiente de guerra: nuestra cama era la selva.
“Después uno se va adaptando a no bañarse, a combatir la sed de mil
maneras, la pólvora da una sed terrible, hay animales e insectos dañinos, nos
cuidábamos mucho para no enfermar o ser heridos, pues entonces hubiera sido una
carga. Algo terrible es que no te llegaran cartas y tenías que coger las
viejitas y releer, como tantas veces, hasta que volviera el helicóptero.
“Otra cuestión dolorosa
fue comprobar el hambre que padecía la población civil y en especial los
niños. Todo eso alimenta al gorrión.
“En conclusión: la fotografía es el más crudo
argumento de lo interesante o bárbaro que encierran las guerras. Ahora, tantos
años después, sin falsa modestia, me siento capacitado para marchar adonde me manden”.
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