Mi esposa
y yo cada mes hemos de estirar hasta lo indecible nuestros salarios, para sin caer en ilegalidades,
tratar de satisfacer necesidades
básicas.
Ese
estiramiento se ve, no obstante amenazado a cada instante pues unos y otros
proveedores tienden a subir los precios de lo que expenden, sin una razón
lógica, al menos para este redactor.
Valgan
estos ejemplos: cuando uno compra maíz molido –hojas aparte- a cinco pesos la
libra esto es una comodidad, amén de minimizar los desechos, de hecho el producto ya es caro; pero si el
vendedor le pasa por arriba al 5 y lo convierte en un maltrecho 6, eso le duele
al bolsillo y no hay protesta posible.
Como
muchos otros casos el suministrador puede pensar esto es opcional: “lo llevas o
no lo llevas”, así de sencillo.
Los
limones, esos cítricos tan solicitados en la cocina criolla (ahora parecen
llegar de la extinta Unión Soviética del Polo Norte u otro sitio muy lejano)
experimentan subidas de vértigo, tan así es que un montoncito de seis frutos “macuicos” pueden costar la
exorbitante cifra de cinco pesos, cuando en muchos casos son recogidos en
arboledas al lado de las cercas o en caminos contiguos a poblados.
Todo esto
cae en el campo de vendedores
ambulantes, carretilleros y otros cuentapropistas, en una supuesta ley de
oferta-demanda que no es tal.
Pero la
parte estatal no queda atrás: las latas
de puré de tomate, tan demandadas, mantuvieron un alto importe y ciertamente bajaron
sus precios, pero a nuestro juicio no lo suficiente, algo similar ocurre con
las de trocitos de fruta bomba y coco rallado.
En el
caso de las primeras envejecieron durante mucho en los estantes,
¿no hubiera sido más factible entonces una
rebajita?
Y ahí
irremediablemente caemos en un aspecto consustancial a esto ¿por qué no se
informa detalladamente cuando los productos suben o cuando bajan, en este caso
para beneficio popular?
El
Combinado helados-quesos de Granma ofrecía excelentes matrimonios de dulce de
leche con “media naranja” de fresa y chocolate a 10 pesos, un día
sorpresivamente, llegó a 15 y ya entonces cuando antes podíamos adquirir dos, los 20 pesos solo
daban para una.
Más
tarde, afortunadamente, volvieron a su precio original, pero sin mediar
explicación; el dulce de leche de cinco pesos bajó a tres, pero tampoco se
aclaró nada.
Pienso
que pudo hacerse como con el café mezclado, extendido o sucedáneo, como prefiramos, con el cual se esgrimieron
sólidas razones para bajarlo.
El caso
más reciente: el excelente dulce de guayaba de Ceballos, costoso de por sí a 11 pesos subió uno
más ¿es que el transporte desde Ciego de
Ávila fue encarecido, situaron más lejos los campos de guayabas?
Pero la
carne de cerdo, ese medidor de la economía familiar, de cuando en cuando sube
como la espuma; lo entiendo cuando los fines de año o la entrada de otros
incrementan extraordinariamente el consumo y de enero a abril, y un poco más acá, los cochinos escasean.
También
comprendo que el pienso importado está cada día más difícil y debe ceder paso
al criollo o a la inventiva de los productores.
Pero, si
los puntos particulares pueden subir y
subir y la parte estatal más de una
vez ha contrarrestado esto, ¿por qué si
me dirijo a un “cerdicentro” debo
encontrar digamos la libra de bistec a 35 pesos. ¿Es ejemplo para otros?
No lo creo.
Pero hay
que ser justo: cuando los estatales vendían la libra de carne a 17, muchos
revendedores “vivos” aprovechaban.
Los flechazos
de los productos hacia arriba solo hacen
que cada vez en casa podamos comprar menos con nuestros invariables salarios. Vale.
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