domingo, 27 de abril de 2014

¿ Flechazos?



Mi esposa y yo cada mes hemos de estirar hasta lo indecible nuestros  salarios, para sin caer en ilegalidades, tratar de satisfacer  necesidades básicas.
Ese estiramiento se ve, no obstante amenazado a cada instante pues unos y otros proveedores tienden a subir los precios de lo que expenden, sin una razón lógica, al menos para este redactor.
Valgan estos ejemplos: cuando uno compra maíz molido –hojas aparte- a cinco pesos la libra esto es una comodidad, amén de minimizar los desechos,   de hecho el producto ya es caro; pero si el vendedor le pasa por arriba al 5 y lo convierte en un maltrecho 6, eso le duele al bolsillo y no hay protesta posible.

Como muchos otros casos el suministrador puede pensar esto es opcional: “lo llevas o no lo llevas”, así de sencillo.
Los limones, esos cítricos tan solicitados en la cocina criolla (ahora parecen llegar de la extinta Unión Soviética del Polo Norte u otro sitio muy lejano) experimentan subidas de vértigo, tan así es que un montoncito de seis  frutos “macuicos” pueden costar la exorbitante cifra de cinco pesos, cuando en muchos casos son recogidos en arboledas al lado de las cercas o en caminos contiguos a poblados.
Todo esto cae en el campo  de vendedores ambulantes, carretilleros y otros cuentapropistas, en una supuesta ley de oferta-demanda que no es tal.
Pero la parte estatal no  queda atrás: las latas de puré de tomate, tan demandadas, mantuvieron un alto importe y ciertamente bajaron sus precios, pero a nuestro juicio no lo suficiente, algo similar ocurre con las de trocitos de fruta bomba y coco rallado.
En el caso de las primeras   envejecieron durante mucho en los estantes, ¿no hubiera sido más factible  entonces una rebajita?
Y ahí irremediablemente caemos en un aspecto consustancial a esto ¿por qué no se informa detalladamente cuando los productos suben o cuando bajan, en este caso para beneficio popular?
El Combinado helados-quesos  de Granma  ofrecía excelentes matrimonios de dulce de leche con “media naranja” de fresa y chocolate a 10 pesos, un día sorpresivamente, llegó a 15 y ya entonces cuando antes   podíamos adquirir dos, los 20  pesos solo  daban para una.
Más tarde, afortunadamente, volvieron a su precio original, pero sin mediar explicación; el dulce de leche de cinco pesos bajó a tres, pero tampoco se aclaró nada.
Pienso que pudo hacerse como con el café mezclado, extendido o sucedáneo, como   prefiramos, con el cual se esgrimieron sólidas razones para bajarlo.
El caso más reciente: el excelente dulce de guayaba de Ceballos,  costoso de por sí a 11 pesos subió uno más  ¿es que el transporte desde Ciego de Ávila fue encarecido, situaron más lejos los campos de guayabas?
Pero la carne de cerdo, ese medidor de la economía familiar, de cuando en cuando sube como la espuma; lo entiendo cuando los fines de año o la entrada de otros incrementan extraordinariamente el consumo y de enero a abril,  y un poco más acá, los cochinos escasean.
También comprendo que el pienso importado está cada día más difícil y debe ceder paso al criollo o a la inventiva de los productores.
Pero, si los puntos particulares  pueden subir y subir  y la parte estatal más de una vez  ha contrarrestado esto, ¿por qué si me dirijo a un  “cerdicentro”   debo  encontrar digamos la libra de bistec a 35 pesos. ¿Es ejemplo para otros? No lo creo.
Pero hay que ser justo: cuando los estatales vendían la libra de carne a 17, muchos revendedores  “vivos” aprovechaban.
Los flechazos de los productos hacia arriba  solo hacen que cada vez en casa podamos comprar menos con nuestros  invariables salarios. Vale.


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