domingo, 16 de marzo de 2014

Chorros y chorradas



Cuando el agua brota límpida y fuerte  de un manantial bendecimos el chorro que puede mitigar la sed y calmar el calor abrasador.
Al igual, agradecemos cuando las cañerías de la red hidráulica  la transportan desde los acueductos hasta la  llave y, ya allí, la utilizamos de mil maneras diversas.
Esos son los surtidores de signo positivo; pero ellos como todo, o casi todo, tienen su contraparte, una especie de antónimo, si  jugamos  un poco con la lengua materna.
Esta afirmación responde a que existen chorros diametralmente opuestos a los reseñados y una gama de ellos contiene a los que vierten las aguas servidas, albañales, en fin sucias.
Desastroso  es cuando estas caen con fuerza desde las casas, muchas veces  en pisos altos hacia las calles y aceras, salpicando, contaminando.
Esto ocurre específicamente cuando los moradores de los inmuebles de marras, u ocupantes de establecimientos estatales, no tienen la más mínima idea de que ofenden a la higiene y las buenas costumbres, o cuando por desventura,  eso no les importa un comino, aunque cometan una contravención que pudiera generarles algún correctivo.
A veces los chorros de aguas usadas obligan a sortearlos  con la pericia y el riesgo asumidos por los soldados cuando esquivan las balas de ametralladora en pleno combate.
En otras ocasiones cuando la invasión no solo es privativa de las aceras sino que tubos más largos mandan el líquido a un tercio o al medio de la calle mojan por igual a ciclistas y choferes,  y comprometen la seguridad vial.
También deben atenderse   las filtraciones que con menos fuerza pero  también “bajan inmundicias”  desde arriba.
Otra variante es cuando alguien arroja el contenido de un fregadero directamente a la vía pública y sin mirar, así también agrede.
Puede que el agua de las placas  tras la lluvia aparezca cristalina, pero es notable que arrastra todo tipo de impurezas, tan enemigas como pueden ser  las asquerosas a que aludíamos, pero en el momento crítico nadie va a ponerse a discriminarlas, solo atinará a huirles.
En la década de los años 50 del pasado siglo, y desde mucho, antes la gente empotraba tubos de metal  o barro resistente desde los tejados por toda la fachada que morían en un huequito y todo quedaba resuelto, pero esta práctica ha quedado casi en el olvido porque algunos aluden a la falta de los materiales idóneos.
Pero… estamos en la era del plástico y aquellos tubos de hierro fundido pueden ser sustituidos por otros de este  último material que cuando son forrados con una columnita de hormigón retoman  las características de los de  antaño y, además, eso los pone a resguardo de los amigos de lo ajeno.
Se impone que el ingenio popular haga lo suyo y que esta forma de contaminación ambiental sea, al menos, minimizada.
Sí para que no  nos ocurra como a Toñiquito, un señor de buen vestir que fue alcanzado por un “palanganazo” de agua de fregar y quien quitándose uno por uno los fideos del traje y el sombrero ripostó así :” No se preocupe señorita,  usted es más sucia que el agua que me arroja”

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