lunes, 24 de febrero de 2014

Paraíso vegetal


Cuando el viajero inadvertido tuerce a la derecha en la carretera Bayamo Guisa, casi al llegar a este histórico poblado, ni siquiera adivina que marcha al paraíso.
Sí, porque al principio solo verá las consabidas construcciones de las cooperativas y el paisaje bastante seco en esta época del año, que solo se ver salpicado de cuando en cuando por una casita campesina, que por allí no responden al cliché que se tiene de ellas:  yaguas o tablas para las paredes y guano por techumbre.
Pero justo al llegar a una bifurcación y, por una elevada carretera, se ve el arroyo Cupaynicú que le da nombre al jardín botánico que comparábamos con el del Edén.
Allí cualquiera de los guías puede conducirlo por cerca de una hora mostrando las maravillas de la vida vegetal encerradas o libres en unas cuantas hectáreas de terreno.
Si por suerte le toca Juan Ariel, un cuarentón con  la pinta de Joan Manuel Serrat, pero en una versión  más gruesa y criolla, a pesar del frenillo que por acá llamamos a veces “media lengua” le irá descubriendo las maravillas frutales, maderables, las especies en peligro de extinción, las amenazadas, le deleitará con las orquídeas , los musgos, las hiedras… El viaje es largo, pero se recorre en un santiamén, por eso cuando termina el público quisiera más.
El que no sabe, aprende, y quien conoce de Botánica, aprende un poco más, gracias a las preguntas ora capciosas, ora retóricas de Juan Ariel que acto seguido explica el concepto con profusión y amenidad.
Puede el visitante, si pasa de las cinco décadas, reencontrarse con viejos conocidos como el caimito blanco o morado, el níspero y otras sapotáceas que si no tuvo   suerte o previsión, sus hijos y nietos jamás sospecharían que existieran. También conocerá que la güira es en realidad una calabaza y no la apreciada cucurbitácea que jocosamente decimos que no es fruta ni vianda.
O podrá apreciar las numerosas especies de palmas criollas o importadas, o ver especies únicas hospederas de inquilinos trepadores o alados muchos  de los cuales solo han  sido vistos en libros por la mayoría de los mortales.
El ojo se deleita  en el viaje que va de lo soleado a lo umbrío, del calor a esa frescura y humedad que, sin escatimar, solo nos pueden dar los bosques.

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