Cuentan añejos habitantes de Buey Arriba,
en las estribaciones de la Sierra Maestra, que en las minas de manganeso allí explotadas en edad temprana del pasado
siglo, que la fuerza de la explosión en un socavón, sacó de él a un españolito –un
gallego- decían ellos.
Era de muy corta talla: apenas rebasaba
el metro y medio, pero era de fuerte
contextura.
La contusión sufrida le quebró algunas vértebras,
pero no le interesó la médula espinal y así mal que bien el hombre, conocido
por José, realizaba sus funciones motoras, caminaba pero en una posición semisentada o
semiagachada (como se prefiera) y se ganó
el apelativo del El quécher por similitud con el jugador que detrás del home en el juego de béisbol,
ocupa esa posición clave.
El hombrecito vendía y/o revendía revistas y periódicos para ayudar a su propia y maltrecha economía.
-Bemia, Bemia, exclamaba para atraer la
atención sobre la emblemática revista Bohemia, aunque las “bemias rusas” también formaban parte de
su mercancía, que pregonaba desde el Fondo de la Mina -como dicen los lugareños
al lugar más bajo y que casi confluye con el río- hasta el Alto del hospital,
en el sitio más elevado del poblado.
Nadie le decía de frente el nombrete, pero
él sabía que lo tenía, aunque no le
importaba, cuando se sofocaba pedía agua en cualquiera de las casas de sus
clientes y la bebía con sonido gorgoteante del gaznate.
Así de este modo sencillo El Quécher llegó
a ser parte indisoluble del paisaje de
Buey Arriba, que antes se llamó Minas de Bueycito.
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