domingo, 7 de julio de 2013

La incansable Amada

Amada Castillo adorna cada mañana el paisaje de Providencia en Bartolomé Masó, con pasos lentos pero seguros y sin hacer caso de sus 95 años recorre el largo trecho entre su domicilio, la panadería y la tienda, situadas en lo más profundo de una empinada cuesta.

¿No hay nadie más para comprar estos alimentos? pregunto.

Sí, afirma- Pero mis hijos y nietos solo cargan lo más pesado, esta jabita con el pan y la leche no le hace daño a nadie y sí me entretiene y complace mucho ver aparecer el sol, si no fuera así me tullo”, dice sonriendo.

Poco después, en un recorrido por el poblado montañoso, desde una de las viviendas (construidas en la década de los años 60 del pasado siglo formando dos apretadas hileras de casas de mampostería y tejas, y en las cuales, aun adolescente este cronista derramó un poco de sudor como constructor) una voz cantarina me saluda.
-Amada, ¿vive ahí?, indago
- Sí, afirma la nonagenaria.
-¿Descasando? -exploro pensando en la reciente “tirada” hasta la tienda, a la vez parada de guagua y sitio de confluencia, entre quienes van a Providencia o los que se adentran más en la Sierra Maestra.

-No, estoy esperando para hacer los ejercicios con los muchachos del círculo de abuelos, explica.

Me asombro, pero entonces comprendo como esta viejecita alegre posee una historia tan rica.

Tiene 12 hijos, el último parto de mellizos 30 nietos “¡pa´acabarme de joder!” Ríe a carcajadas y ha perdido la cuenta de sus biznietos, actualmente “en cualquier parte de Cuba”.

Siempre fue ama de casa “le colé café a Fidel, a Celia… al mensajero El Rápido, a muchos rebeldes… les cocinaba montevideo (carne curada) y Fidel decía ¡que sala´o está esto!, mi esposo César González y yo teníamos una finquita y una tiendecita que abastecíamos con el arria de mulos y con eso ayudábamos a quienes luchaban en las montañas por una Cuba distinta”.
Operada de cataratas “ ve como una niña”.

“Muchos periodistas me andaban buscando por el parque de Bayamo, pues a los médicos y enfermeras yo les conté las historias de los barbudos, pero no me encontraron y hoy es usted quien me entrevista”, ríe.


“Mañana y hasta que Dios quiera seguiré saliendo a dar mi caminata diaria para ver nacer el nuevo sol”.

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