domingo, 27 de enero de 2013

Martí, el hombre

El Maestro, cronológicamente hablando, me lleva 100 años casi exactos, pues nací el 18 de enero de 1950; pero desde que lo conocí, primero por boca de mis padres y después por la excelencia docente de mis mentores de primaria solo pude apreciarlo desde un punto de vista idealizado.

Contribuyentes a eso, sin duda, fueron biógrafos al estilo del habanero Luis Rodríguez Embil quien lo etiquetó desde el título de su estudio crítico biográfico sobre la vida del Apóstol: José Martí, el Santo de América.

Pero nada más lejos de la verdad: Marti era un hombre con todas las de la ley, con innumerables virtudes, defectos (no vienen al caso), con sus dudas, aflicciones, anhelos y tentaciones como cualquier mortal.

Por eso amó a su patria y a la independencia y las antepuso inclusive a los amores carnal, filial y paternal y lo dejó todo para enrolarse en la nave a cuyo viaje puso término la carga asesina de Dos Ríos.

Amó a su Carmen, al Ismaelillo, a María Mantilla, a todas luces su hija, a María García Granados, la Niña de Guatemala, con todo respeto, hasta inmortalizarla en sentidos versos.

Su hombría lo llevó a ser de los primeros en querer combatir una tropa española sin tener formación militar, todavía fresco el nombramiento como mayor general del Ejército Libertador.

Ella también es la responsable del callado y respetuoso homenaje a Bolívar, acabado de llegar a Caracas.

Su experiencia vital y una suerte de omnipresencia en el mundo de su tiempo le permitió escribir de todo y con todo (aludo a la perfección).

Evidentemente en amor fue traicionado o vio traicionar, pero aconsejó no “empañar vidas propias o ajenas diciendo mal de mujer”, o anotar: “y me arrancaré tu amor que me duele, como un zorro cogido en una trampa se amputa con los dientes el miembro herido y me iré por el mundo sangrando, pero libre”…

Sufrió penurias en el exilio al punto de sentir la lluvia neoyorquina calando sus agujerados zapatos amarillos (que tiñó de negro) y sintió el estómago atenazado por el hambre, pero no tocó los fondos destinados a la compra de armas.

Sintió el latigazo del deseo por la brutal belleza de la mujer del arriero reflejado en su diario De Izabal a Zacapa, pero sufro sofrenarla…

Por eso es tan grande Martí: por la alta dimensión humana que supo imprimirle a una vida modesta, sin la pretensión o la conciencia de que estaba escribiendo una parte importante de la historia cubana y universal.

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