martes, 20 de noviembre de 2012

Maternidad


Dos hechos guardan una relación muy importante para mí en la zona habanera de Marianao.

Hace 37 años los especialistas del Hospital Militar salvaron la vida a mi viejo que había sido atropellado sobre la acera por un carro que perdió el control, no lejos de allí.

Ahora, en el Hospital Eusebio Hernández, más conocido como Maternidad Obrera, un equipo de médicos y enfermeras propiciaron que viera la luz mi tercer nieto, Alejandro, en un parto difícil y a la vez perfectamente viable por la profesionalidad del personal y el coraje de la madre primeriza, mi hija Conchi.

Demás está decir que la felicidad inundó a mucha gente, incluso desconocida, cuando el hermoso varón de más de ocho libras dio su primer y estentóreo grito, y cuando un estudiante de la Escuela Latinoamericana de Medicina nos mostró al chico que nos miraba, a parecer con atención aunque todos sabemos que en esa etapa aún los niños no pueden identificar lo que ven con dificultad.

Nos llamaron la atención las manos grandes y fuertes, pensé en que serían notables para un obrero, aunque los intelectuales también pueden tenerlas grandes, pero una abuela dijo pensando en su propia experiencia: ¡ojalá que no sea ginecólogo!

Todas estas digresiones me las proporcionaron Conchi junto a médicos, paramédicos y auxiliares de un hospital que no en balde tiene en su frente y en el umbral la estatua de una madre con un chico en el regazo.

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