Una mirada al acontecer cubano desde Bayamo, la villa cuyos hijos prefirieron convertirla en antorcha antes de verla esclava
domingo, 13 de mayo de 2012
Esas mentoras nuestras
Desde la mañana todo evidenciaba lo especial del día…
Los olores a golosinas y asados, el ir y venir de hombres, mujeres y niños anunciaban la reunión familiar con la reina de la casa en una felicidad colectiva que trascendía los confines de pueblos campos y ciudades para rendir el cálido homenaje a las madres vivas.
Quienes no somos tan afortunados las visitamos en los cementerios, tributamos flores a su memoria en el hogar pero siempre la eternizamos en el recuerdo.
Pero vivas o difuntas siguen siendo las guías tutelares de nuestra existencia, guiándonos con el ejemplo o la evocación por el mejor sendero porque la maternidad es siempre eso, lo merezca o no lo merezca el hijo como lo refleja el poema Amor de madre del literato español Joaquín Dicenta y que ha tenido múltiples versiones.
En él un tonto amante conminado por su falsa amada a arrancar el corazón a la progenitora cometió ese crimen contra natura pero recibió un perdón inmediato de la autora de sus días
“Aguijoneado corrió
por la fiebre y el deseo,
pero al llegar tropezó
y por el suelo rodó
con su espantoso trofeo.
Y al dar en el pavimento
ese ensangrentado lío
murmuró con tierno acento:
¿Te has hecho daño, hijo mío?”
Por suerte el inconmensurable amor de madre por lo general es retribuido por sus vástagos en una entrega que habla de merecimiento, respeto y desinterés capaz de los más grandes sacrificios mutuos.
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