domingo, 9 de octubre de 2011

René los suyos, los míos, los nuestros…

Hace dos días que René González traspasó las rejas de la cárcel de Marianna,
Estados Unidos donde pasó la última etapa de su condena injusta y donde debió dormir en el hueco durante la postrera noche con el propósito de amargarle el paso a la libertad parcial.

El titán pudo envolver a Cándido, el padre, a Roberto el hermano y a las hijas Irmita e Ivette, pero le faltó abarcar entre su brazos de héroe a Irma la madre y a la eterna novia Olga.

René como comentara la esposa es feliz por encontrarse con parte de sus familiares, pero ese sentimiento no es completo pues está respirando aires de libertad después de 13 años, pero necesita los aires de libertad de Cuba y la libertad de sus cuatro hermanos.

A René le falta reencontrarse con su pueblo, con la gente del barrio, de su isla,que lo respeta y venera como al reto de los antiterrorista con quienes compartió suerte y gloria.

También ese encuentro informal con amigos y familiares donde no faltará la anécdota triste que ya será cosa del pasado y el brindis por su regreso e incentivo para que el resto de los héroes puedan pisar suelo no carcelario y mejor aún suelo cubano.

A él le falta caminar libremente por las calles de su Cuba y no por tierra extraña aunque haya nacido en ella donde lo acechan los enemigos de lo humano y lo divino, de lo noble y bueno del mundo y “marchan en el bando de los que odian y destruyen”.

A René le falta el abrazo romántico y pasional de Olga, levantarse mirando al alba, no a cuatro paredes porque en eso también se ha convertido para él la ciudad de Miami: en gigantesca cárcel con inmensas paredes infestadas de alimañas.

Y pienso en las veces que he salido de mi Bayamo y he añorado a mi familia todos los días en la mañana extrañando el trago de café -ahora mezclado con chícharo y que algún jodedor bautizó como la pócima- y caminar en chancletas por mi casa.

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