domingo, 4 de septiembre de 2011

Para la intimidad de la alcoba

Preocupante es el modo en que ciertos “enamorados” irrespetan a sus compañeras en plena vía pública y pienso que ojala fuera solo moda pues ella constituye un ejercicio mudable y por tanto efímero.

El abrazo para ellos ya no es la manifestación de cariño abrigo, consuelo o compartir, junto con el amor, otros elementos de la vida en común, sino que bajan de los hombros al sureste o suroeste de la cintura para apoderarse de la grupa de su acompañante con gesto posesivo, pero obviamente cavernícola.

“Pa´quí no miren”,” Esto es mío”, “ Cuida´o, compay” “ Yo sí tengo jeva”… parecen decir, sin tener en cuenta que dicha postura es una menoscabo en su estima por la dama y una autorrebaja para quien la recibe.

Algunos, quienes a lo mejor se estrenan en los avatares del beso, pretenden comerse en público a la novia porque a lo mejor a solas como novatos al fin les falta un “tin” de valor.

Otros, experimentados, también lo hacen para que la gente no piense que son huérfanos de amor, o por quien sabe qué interioridades.

Un viejo maestro aseguraba, allá por la década de los años 70 que esas y otras manifestaciones debían aguardar por la intimidad de la alcoba para que confluyeran como afectivas y respetuosas y que de la primera noche de bodas, dependía en gran manera el éxito o el fracaso del matrimonio y aseveraba que la expresión era de pura raíz martiana.

Coincido con él en que también la delicadeza varonil debe presidir los primeros y posteriores lances amorosos teniendo como divisa no irse nunca a los extremos de la brutalidad.

Sería oportuno volver a generalizar las poéticas enseñanzas del insigne compositor azteca Armando Manzanero para “esperar el momento mas oscuro,/ para darnos el más dulce de los besos/”… y estar comprometidos sin más comentarios, aunque jamás nos percatemos del color de los cerezos, en un libre explicación de su canción Somos novios.

Porque sin el recato y acaso cierta dosis de mojigatería e incluso hipocresía en los andares y andanzas de nuestros abuelos y abuelas creo que mucho hemos de aprender de ellos en cuanto a buenos usos, claro sin los convencionalismos de pasados siglos, con los pies en esta era, pero “sin ensuciar el agua que hemos de beber” pues qué duro sería si a la larga hacemos huesos viejos con la hoy dama de nuestros sueños a quien no brindamos todo el respeto que merecía inicialmente.

Hacer en cada momento y lugar lo que ambos requieren parece ser la fórmula: en público el deber del caballero transita del amor al respeto e igualmente debe ocurrir en privado, obvio con las respectivas especificidades, independientemente de lo que la pareja pueda haber pactado.

Enlazar a las chicas, o mujeres de más edad, por el hombro o la cintura, hablarle en el tono merecedor y merecido, dejar las caricias más fogosas para la soledad compartida debe ser práctica habitual de las presentes generaciones como ilustración para las futuras.

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