domingo, 5 de junio de 2011

Marteña

Martha María Quesada, nuestra compañera de trabajo, es el ejemplo más fidedigno que conozco de comunista y religiosa y, salvando las distancias, confirmación de que su guía, Cristo, fue el primer revolucionario.

Emplantillada como auxiliar de limpieza es una especie de cuentapropista del multioficio estatal, con una presencia concreta donde se necesite, pero resalta por su gran dulzura y un ansia inusitada de ser útil a los demás.

De su temperamento y carácter ni hablar: jamás alterada, desde poco después del alba está en su puesto, entonando un cántico de alabanza a Dios y respondiendo siempre al saludo mañanero de todos con una afabilidad que no cree en problemas familiares ni económicos.

Es una abuela viuda que cuida, alternadamente junto a sus hermanas, al padre ciego y reparte amor entres hijas y nietos… ella sería y de hecho lo es, modelo indiscutible de buena cara a cualquier tiempo malo.

No es la más locuaz en las reuniones del núcleo del Partido y de estudios políticos pero se prepara muy bien para ellas al “beberse” las noticias del periódico y del televisor y preguntar, cuando no sabe, sobre un tema en sus escasos ratos libres.

Otro punto a su favor: aun con su salario, no muy abundante, hace maravillas en la economía… siempre su piel negra resalta limpia, perfumada, transpirando juventud acumulada en cinco décadas, salud y alegría por tener un trabajo y pertenecer a un colectivo que la quiere.

En su desempeño social no hace diferencias en visitar a un hermano de su congregación, en realizar las actividades inherentes a ella o visitar a un hermano de su periódico en las buenas y en las malas.

Todos o casi todos le dedicamos un apodo cariñoso: Tía, Negra, Nengre… cuando menos el diminutivo de su nombre… yo la llamo Marteña y el “¡Dímelo!” que lo corresponde es melodía y canto a la amistad.

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